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"Réquiem" de Mozart 14/4/2006

20 de Abril de 2006 | 19:32 |
Gilberto Ponce

Tratando de dejar en el olvido la grave crisis por la que atraviesa el Teatro Municipal de Santiago, la Orquesta Filarmónica inició su temporada oficial de Conciertos.

Bajo la batuta del excelente director israelí de origen húngaro Moshe Atzmon, la orquesta dio muestras de un alto nivel, tanto en lo sonoro como en musicalidad y afinación.

Si bien la obra eje del programa fue el "Réquiem" de Mozart, éste se inició con la última de las sinfonías de Franz Joseph Haydn, la número 104 en Re mayor llamada "Londres" y que resume, en plena madurez, todas las mejores características del compositor.

En algunas oportunidades hemos planteado las dificultades que significa interpretar obras del período clásico, considerando que a veces por lograr más brillo, algunos directores enfatizan volúmenes sonoros, o bien asumen tempi alejados del estilo.

Nada de esto se dio en las versiones escuchadas. En el caso de la sinfonía, Atzmon logró de sus músicos un sonido transparente, con una liviandad justa y una notable claridad en fraseos y articulaciones.

El primer movimiento, iniciado con la solemnidad del Adagio que en momentos recuerda a el oratorio "La Creación", nos lleva al Allegro de una finura elegante. El Andante que sigue, se caracterizó por la sutileza y la claridad en sus líneas melódicas. El tercer movimiento, Menuetto, fue de notable gracia, enfatizando los cambios dinámicos. El Trío de este movimiento, en el que las maderas tienen gran importancia, fue de exquisito contraste por su finura. El cuarto movimiento fue la suma de los valores mostrados en los anteriores.

Los largos aplausos del público, a los que se agregó la orquesta, reconocieron la gran labor de Moshe Atzmon.

Cuesta entender que las dos más importantes agrupaciones orquestales del país programen las mismas obras en forma casi simultánea. No obstante, esto permite realizar comparaciones en cuanto al enfoque de las mismas. Esto es lo ocurrido con el celebérrimo Réquiem K. 626 que ahora ofreció la Filarmónica.

En esta obra la parte más fuerte la tiene el Coro del Teatro Municipal, muy bien preparado por Jorge Klastornick, con sus bellas, timbradas y nobles voces. El conjunto respondió a cabalidad a las indicaciones de Atzmon, poniendo de relieve las líneas melódicas que enfatizaban los textos.

El sustento del entramado vocal lo dio la cuerda de bajos, con gran nobleza vocal. Su contraparte, las sopranos tuvieron un desempeño casi perfecto. Las voces intermedias, tenores y contraltos, brillaron con luces propias.

Las fugas, del inicio y final, fueron ejemplo de claridad y expresión.

El "Dies Irae" tuvo el dramatismo justo, gracias a una velocidad que permitió el énfasis en el texto. Otros momentos notables los encontramos en el "Rex tremendae", el "Confutatis" y en el "Lacrimosa", de serena resignación. El no mencionar otras partes no implica restar elogios.

El cuarteto solista lució muy afiatado, con claros y precisos fraseos. Estuvo formado por la soprano Patricia Cifuentes, de hermosa y expresiva voz, que mostró además, igual que el resto de los solistas, una clara dicción. El aterciopelado timbre de Marisol Hernández fue fundamental en el buen logro del conjunto. Los pergaminos de Luis Olivares quedaron en evidencia en su participación, demostrando además su capacidad de trabajar en forma "concertada" con sus compañeros, sin usar su poderoso caudal vocal.

Un muy joven Nahuel Di Pierro, proveniente de Argentina, completó el cuarteto. Con su bella voz y musicalidad fue el complemento justo para una versión que no será olvidada fácilmente.

El responsable de este éxito es sin duda Moshe Atzmon. Su dominio total del estilo, la certeza de lo que quiere, el énfasis dramático en los textos, pidiendo de cada voz del coro o de los solistas la frase precisa, las articulaciones o fraseos justos de la orquesta, le hacen concebir una versión con grandes valores y de entrañable musicalidad.

Sin duda un gran director, frente a dos de las más grandes obras de sus respectivos compositores.
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