En su segunda visita a Chile, el martes 6 de junio, la cantante portuguesa invitó a un viaje sugerente desde la música tradicional de su país hasta su versión personal del tango y el bolero.
David Ponce
Es difícil saber si la voz de Mísia tiene más encanto cuando habla, en un perfecto y modulado español, o cuando canta, en su portugués natal, porque en los dos casos se oye una música igual de sugerente y porque además una actuación suya tiene de ambas cosas en buena proporción. En su concierto del martes último en el Teatro Teletón, por segunda vez en Chile, la cantante portuguesa no sólo recreó un repertorio balanceado con delicadeza entre la música tradicional de su país y su aproximación personal al cancionero hispanoamericano, sino que además inventó sobre el escenario un sutil espacio de ficción que envolvió a la audiencia.
Planteado a la vieja usanza de dos partes separadas por un intermedio, el concierto de Mísia comienza con un tributo a la historia, basado en la tradición del fado o canción tradicional portuguesa. Dos guitarras de distinto registro y un bajo acústico son su escolta en ese momento, con el volumen justo para sumergirse en la delicada trama de cuerdas agudas y graves y para mantener la voz de la cantante siempre en primer plano. "Sin pretender ser didáctica, porque el fado es un misterio y ojalá lo siga siendo", dice, antes de explicar que esa música se basa en un centenar de melodías tradicionales sobre las cuales es posible adaptar nuevos versos, y el repertorio de Mísia consiste en parte en poesía contemporánea adaptada a esa raíz. Ya está aludida una y otra vez la propiedad melancólica del fado, pero presenciarlo es una experiencia nueva de dejarse mecer por una cadencia inmemorial y evocadora.
Mísia es la estrella rutilante de este espectáculo. Para su entrada a escena, una vez que los tres músicos ya han hecho una introducción instrumental, un seguidor ilumina un lado del escenario y ella aparece enfundada en un largo traje negro con blanco, con la consabida palidez de su cara y su flequillo. Abre la boca y el teatro se llena de una voz dulce y firme a la vez, perfecta en la afinación, expresiva en los matices pero también mesurada, como si la tradición impusiera una templanza especial en este repertorio. Distinta es la segunda parte, más cosmopolita y por la misma razón más terrenal. Esta vez el eje es el reciente disco de la cantante,
Drama box (2005), donde Mísia se interna en géneros como el tango y el bolero que conoce desde la cuna gracias a su madre catalana.
"Por ella escuché mis primeros boleros, mis primeros tangos, mis primeras sardanas", explica, cuando ya ha empezado a viajar desde "Te extraño", de Armando Manzanero, hasta "Naranjo en flor", tango de Homero y Virgilio Expósito, para terminar en una pieza de la obra "María de Buenos Aires", de Astor Piazzolla, todas músicas que se llevan de maravillas reinventadas por Mísia. Escoltada además por un pianista y un violinista esta vez, la cantante narra una ficción nueva para cada episodio y muestra su carácter, en la interpretación, en la alusión a una artista imaginaria ("cante el repertorio que cante, los críticos terminan siempre aludiendo a su flequillo", dice) y hasta en el reclamo, fuera de programa, por la baja temperatura del teatro. Y así mismo multiplica sus dotes, se vuelve la anfitriona de un hotel imaginario, recorre sus habitaciones y en cada una de ellas encuentra un huésped a propósito del cual cantar una canción, desde José Saramago hasta Pessoa. "Cuando él viene al hotel es preciso instalar un cuarto con varias camas: Fernando Pessoa y sus heterónimos", dice, en alusión a las diversas identidades del poeta portugués, y en parte ver a Mísia en vivo surte el mismo efecto: desde el fado tradicional hasta el tango y un bolero de nuestros días, son muchas Mísias posibles en el mismo escenario, y todas suman sus encantos.