Gilberto Ponce
De continuarse con este proyecto, la naciente ópera de cámara creada bajo el alero del Instituto de Música de la Universidad Católica de Chile (IMUC) está destinada a convertirse en un hito en la historia musical de nuestro país, donde, lamentablemente, las iniciativas de este tipo han resultado esporádicas y no siempre de calidad, pues solo han servido para el simple fogueo de las nuevas generaciones de cantantes.
En este estreno de "Las bodas de Fígaro", de Wolfgang Amadeus Mozart, con un elenco de jóvenes cantantes y con una producción que estuvo en todos sus ámbitos bajo el liderazgo de la talentosa Miryam Singer, no podemos sino admirarnos por la calidad sorprendente de una producción, que esperaríamos sólo digna del Teatro Municipal de Santiago.
Una ópera de esta categoría, que es una obra maestra, requiere un más que cuidadoso estudio por parte de los cantantes, que no solo deben cantar, deben además perfilar los caracteres de los personajes y evolucionar respecto de la historia, en este caso sólo alabanzas caben para el trabajo de cada uno de ellos.
Para lograr la necesaria continuidad de la trama, la escenografía debe ser lo suficientemente funcional para su fluidez. Éste fue otro triunfo de Miryam Singer, quien con esta conceptual escenografía, constituida por andamios y escaleras, logró los ambientes adecuados de cada escena. Para ello contó además con el eficaz concurso del coro, que sacó o introdujo elementos de apoyo para la misma.
En cuanto al desempeño del Coro de Cámara de la UC, dirigido por Mauricio Cortés, no sólo cantó muy bien, pues su actuación fue muy lograda.
Vestuario hermoso, justo y adecuado para cada personaje, con una régie de tal precisión, que se convirtió en fuente permanente de goce para un público que repletó el Centro de Extensión de la UC, arrancándole en muchos momentos espontáneas carcajadas.
La Orquesta de Cámara de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, dirigida por Pablo Alvarado, estuvo a cargo del acompañamiento instrumental. La agrupación brindó en todo momento un bello sonido, producto de su nivel como músicos y del interés por la empresa. En el caso de Alvarado, podemos decir que es un buen concertador, al que no se le producen accidentes, debiendo solo objetar los tempi de ciertos pasajes y sus alargamientos de los finales, que lo alejan definitivamente del estilo, como además el no resaltar algunas frases instrumentales, que son esenciales para acentuar algunas situaciones. En todo caso su trabajo debe considerarse exitoso, toda vez que se trata de un músico que se está iniciando como director de ópera.
El acompañamiento de los "recitativos" fue realizado con musical precisión por Juan Edwards.
Nuestro país está produciendo cada vez mejores cantantes, que hacen mirar con optimismo el futuro. Este grupo lo confirma, pues en todo momento se les vio muy seguros, casi sin mirar al director, y vocalmente en óptimas condiciones tanto en lo individual, en dúos, tríos, así como en los "concertatos" de fraseos clarísimos, que hicieron resaltar plenamente la belleza de la creación mozartiana.
En lo individual, Cristián Moya creó un Fígaro de prestancia en lo actoral así como en lo vocal. Gracioso en la escena donde se pretende enviar a Cherubino a la milicia, tanto como en la escena donde descubre a sus padres. La dúctil y hermosa voz de Catalina Bertucci dio al rol de Susana las justas características de un personaje que transita por las más diversas emociones. Como comediante, triunfó plenamente en el segundo acto.
Andrés Rodríguez, con su bello timbre, le dio toda la prestancia e hipocresía necesaria a su papel como el Conde. La Condesa no pudo tener mejor intérprete que en Carolina García. Su gran caudal vocal, su expresividad y afinación impecable transmitieron todo dolor y nostalgia por el amor perdido. Sus dos arias fueron de lo más importante de la noche.
Divertidísima en su actuación y excelente en lo vocal el Cherubino de Roxana Herrera. Leonardo Pohl se desdobló como actor y en lo vocal, para recrear con justeza sus papeles de Basilio y Don Curzio. La insidiosa, enamoradiza y luego maternal Marcelina encontró en Mariana González una gran intérprete. Gran comediante es Arturo Jiménez, quien tuvo a cargo el papel de Bartola. Qué decir del ebrio Antonio, muy bien delineado por Patricio Gutiérrez. La ingenuidad de Barbarina fue asumida en propiedad por Doris Silva.
En síntesis un rotundo éxito para el IMUC, en esta difícil aventura de hacer ópera de cámara en Chile, ofreciéndola con calidad, demostrando además que no sólo en el Municipal se pueden realizar espectáculos de nivel.
Aplausos para todos los que participaron, en especial para su directora y responsable general Miryam Singer.