Gilberto Ponce
Una gran jornada se vivió en el sexto programa de la Temporada de la Orquesta Sinfónica de Chile. Ahora bajo la dirección del holandés Rene Gulikers, el conjunto recuperó el camino de calidad a que nos tiene acostumbrados.
Gulikers demostró no sólo un cabal conocimiento de las obras, sino un talento y una musicalidad naturales a través de gestos claros y precisos que encontraron en la orquesta una respuesta eficiente.
No es habitual que el estreno de una obra de un compositor nacional se produzca en el extranjero y luego en Chile. Es el caso del poema sinfónico “Cielo y sombra”, de Aliosha Solovera, que está inspirado en una obra de Pablo Neruda y cuyo estreno data de 1989 en Eslovenia (incluso acumulando un par grabaciones en Europa).
La obra de indudable interés está escrita para gran orquesta en un lenguaje cercano al expresionismo, con atisbos del primitivismo de Stravinsky, y que es capaz de explotar al máximo las cualidades de las diversas familias instrumentales.
“Cielo y sombra” mantiene el interés de los oyentes con juegos contrastantes y el uso inteligente de tensión y relajación, a lo que agrega sonoridades que crean colores, timbres y sugerentes atmósferas. Recordamos la hermosa sección de maderas y el arpa, hacia el final de la obra.
Creemos que la dirección de Gulikers fue fundamental en el éxito, pues pensamos que captó la esencia de su espíritu musical. El gran sonido de la orquesta se confirmó en el acompañamiento del hermoso y no muy escuchado en Chile, "Concierto Nº 2 para violín y orquesta Op. 22" de Henri Wieniawski, donde en el rol de solista estuvo el polaco Bartek Niziol, un extraordinario y joven intérprete.
La obra de fuerte contenido lírico, con un componente folclórico, está plagada de cambios rítmicos y fuertes contrastes que obligan a una segura y clara dirección, resuelta aquí por Gulikers de manera brillante.
En cuanto al solista, Niziol es digno de los más grandes elogios. Aunque no posee un gran sonido, de todas formas tiene gran belleza y calidez, y su su interpretación contiente una musicalidad extraordinaria. Capítulo aparte es su técnica, de tal perfección que dobles cuerdas, articulaciones o glissandos fluyen con toda naturalidad.
Será difícil olvidar el hermoso lirismo del segundo movimiento, o el virtuosismo del tercero y sus fuertes reminiscencias gitanas. Los diálogos entre solista y orquesta fueron realizados por músicos que habitualmente tocan juntos. Y esto es mérito de la dirección. La respuesta del solista a las ovaciones, fue un asombroso “encore” donde ratificó su dominio técnico.
Con la “Suite Nº 2 del ballet Romeo y Julieta” de Sergei Prokofiev, Gulikers y la Sinfónica cerraron el concierto. La versión fue un cúmulo de bondades, con un sonido orquestal pocas veces escuchado, donde cada integrante dio cuenta de un compromiso musical del más alto nivel. Y con un director que enfocó la obra no como la música de acompañamiento de una danza, sino como un verdadero poema sinfónico donde siempre está presente el “pathos” de la tragedia de los jóvenes amantes.
Los diversos roles solistas que deben enfrentar una gran cantidad de músicos, fueron realizados con perfección. Sería demasiado largo enumerar las excelencias de esta versión que conmovió a los asistentes: reaccionaron en silencio luego del impresionante final, para luego irrumpir con las merecidas ovaciones.
Un excelente director, al que seguiremos en sus próximas presentaciones frente a una orquesta de lujo.