No le molesta que lo tachen de cebollero, explica su carrera en cosas como el canto con el alma y la comunión con el pueblo, y no tiene reparos en reconocer que, en parte, se fue a vivir a Estados Unidos porque daba cierto estatus. El popular cantante peruano responde como quien no tiene nada que demostrar, en una de sus dos visitas anuales a Chile y celebrando cinco décadas de vida artística.
Sebastián Cerda
El maestro sigue actuando en parrilladas y locales. Para él son tan importantes como el teatro Olympia de París. (foto: El Mercurio). |
Lucho Barrios aguarda en una pequeña y encumbrada habitación habilitada como camarín, momentos antes de dar inicio a la primera de sus presentaciones en la parrillada “La Tuna” de Mapocho.
Allí debe responder a las preguntas de dudoso tinte gracioso que le hacen un par de reporteros de farándula, pero el peruano se hace el tiempo. “Éstos se hacen los divertidos”, dice luego, dejando muy claro que está plenamente conciente de las intenciones de subirlo al columpio con que han aparecido los noteros.
El popular y emblemático cantante peruano responde como leyenda. Sin pragmatismos ni mayor análisis, explica su popularidad simplemente en el canto con el alma, en que sus canciones llegan a esa misma e incorpórea zona, en la comunión con el pueblo chileno, en la magia de sus temas, en que gustan a grandes y a chicos.
Al revés de lo que se pueda creer, al emperador de la canción cebolla no le molesta que lo tachen de tal. Y a cada instante habla de lo feliz que se siente de estar nuevamente en Chile, un país que visita dos veces por año con largas estadas, y en el que sus clásicas canciones no faltan en los wurlitzer de ningún bar. “Eso es una magia, es una cosa que ha transcurrido durante cincuenta años, y me mantengo gracias a Dios”, dice.
-Pero es gente que nunca lo vio, que en su época de apogeo no había nacido.
-Lo que pasa es que antes decían que mi música era cebollera, entonces no querían tocarla en las radios, porque nadie quería pecar de cebollero. Pero la gente compraba mis discos y llamaba por teléfono a las radios para pedir mis canciones, y les respondían “es que no tenemos discos de él”. Y la gente llevaba los discos a las radios. Y durante estos 50 años, esos discos que la gente tenía en sus casas se han ido pasando de madres a hijos, a nietos. Y con el favor de Dios yo he tenido la suerte de conseguir canciones como “La joya del Pacífico”, que llegan a todas las personas, que tienen como una magia.
-A propósito de esa canción, siendo usted peruano, ¿qué le sucede al saber que un tema que usted popularizó es un verdadero himno para los chilenos?
-Yo estaba yendo durante diez años a Valparaíso, desde el 60 al 70, y había un señor que tenía una radio allí, y me decía que tocaba discos míos todos los días. Él también era empresario y me decía “tú tienes que sacar una canción para agradecerle a Valparaíso, ellos te quieren tanto que tú tienes que demostrar tu afecto y agradecimiento”. Yo me puse a buscar y había como 50 canciones dedicadas a Valparaíso, todo el mundo quería cantarle a Valparaíso. Grabé esta canción de Víctor Acosta, que es hermosa, un poema, como una foto de Valparaíso.
-¿Y hace cuánto que no va a Valparaíso?
-Hace cuatro meses.
-Sus canciones suelen asociarse con los sectores más populares, ¿a qué cree que se debe?
-Ellos mismos me han acogido, y yo estoy agradecido. El pueblo chileno siempre me ha preferido, me ha dado ese eterno cariño. Es algo que no puedo describir, pero que lo llevo en el alma y ellos también. Es una comunión, algo del alma. Eso no se consigue así no más.
-Usted decía que siempre lo han tachado de cebollero, ¿definiría sus canciones como cebolla?
-Yo siempre digo algo: si don Pablo Neruda le dedicó una oda a la cebolla, yo, Lucho Barrios, que soy muy pequeño al lado de él, ¿cómo puedo molestarme si me dicen cebolla o cebollero?
-¿Es porque sus canciones son lacrimógenas?
-Cuando tú cortas la cebolla, lloras.
-¿Y al escuchar sus canciones también?.
-A veces, depende. Yo tuve la suerte de llegar al Teatro Olympia de París y la propaganda me la hicieron así, como “cebollero”. Y la prensa francesa me dio bola, me infló, porque se preguntaban que significaba “cebolla”. Y había que explicarles que cuando este señor canta la gente llora. Eso para mí fue una bendición. Porque cómo me habría ido si les decían “éste canta muy bonito”. Hay millones que cantan bonito, pero nadie es cebollero así no más.
-A propósito de su presentación en el Teatro Olympia, que fue una de las más importantes que ha tenido en su carrera, ¿no siente que puede ser de muy bajo perfil el estar hoy en un restorán de Mapocho?
-Mira, el escenario no hace al artista. Puede ser grandioso o humilde, pero lo único que vale la pena es que esté lleno, que la gente haya venido. Yo he cantado mil veces en Chile y en otros países. He cantado en los minerales, y lo hacía con toda mi alma. Eso no importa, lo que importa es el público.
-Usted va a pasar acá nuestras fiestas patrias, ¿tiene eso un significado especial?
-Es maravilloso. Estaré acá hasta el 21 y luego me voy a Miami para actuar en el festival chileno de esa ciudad. Como allá el 18 no es feriado, este año lo van a celebrar el 24 de septiembre, y yo voy a tener el honor de estar ahí.
-Además vive en Estados Unidos, ¿por qué eligió ese país?
-Bueno, todos viven allí ahora. Yo me fui como todos, tuve la inquietud de llegar allí, y cantar, y de repente tuve la oportunidad de ser residente.
-Le gustó y se quedó.
-Claro. Mira, a todos los artistas les da como una categoría vivir en Estados Unidos. Yo lo hallo igual. Pero en realidad yo vivo en el avión. La semana pasada estuve en Texas, hace tres semanas estuve en Los Ángeles, y hace un mes y medio estuve en Italia y en Suiza.
-Y así como todos pensamos en un lugar en el que nos gustaría terminar nuestros días, ¿el suyo sería Estados Unidos o volverá a Perú en algún momento?
-Yo voy a terminar mis días cuando Dios quiera y no sé dónde. Uno sabe dónde nace, pero no dónde muere. La muerte viene cuando quiere venir.