Gilberto Ponce
En el marco de la sobresaliente temporada de la Fundación Beethoven tuvimos oportunidad de escuchar nuevamente al prestigioso Trío Guarnieri, de la República Checa.
Todas las virtudes que señaláramos en su visita anterior se mantienen: la intencionalidad, los fraseos, los acentos perfectos, la coordinación de los arcos de las cuerdas con las articulaciones del piano.
Incluso ahora ellos debieron sortear un pequeño accidente ocurrido al violín, durante la interpretación del trío de Beethoven. Fue solucionado sobre la marcha por Cenek Pavlik, lo que produjo una mínima desconcentración en el chelista Marek Jerie, y lo que comprueba que incluso a los grandes hay situaciones imprevistas que les afectan.
Bien se sabe que en los tríos el rol del piano es fundamental. Y una vez más Iván Klansky demostró su asombrosa calidad. Las dos obras presentadas son una muestra palpable del sentido que el ensamble tiene sobre la música de cámara y de cómo las voces deben producir su diálogo: con independencia, pero a la vez como parte de un todo.
El Trío Nº 7 en Si bemol mayor Op. 97 “Archiduque” de Beethoven, escrito cuando el autor ya sufría su cruel enfermedad, fue vertido con expresión clásico-romántica que por momentos recuerda al lenguaje de Schubert. En su primer movimiento, de gran transparencia, se destacó el ensamblaje de los conceptos dinámicos muy expresivos. En el segundo movimiento mostraron su capacidad lúdica pero a la vez fina.
La gran carga expresiva del tercero, cercano a alguno de los movimientos lentos de las sonatas para piano solo del mismo Beethoven, nos introdujo en el dolor y la melancolía que quiso expresar su autor. Y en el cuarto y final, con su carácter popular y hasta con tintes de humor, los llevó desde el sonido poderoso hasta la más grande sutileza, con voces que llegaban e iban en un ensamblaje perfecto.
De carácter único es el “Trío en Mi menor” Op. 90, escrito por Antonin Dvorak, pues se aparta de la forma tradicional de este tipo de obra. Está inspirado en fuentes folclóricas, al igual que muchas otras obras del autor, donde da muestras muy inspiradas de su nacionalismo. Cuenta con inusuales seis movimientos que alternan lo melancólico con lo festivo y que obligan a los intérpretes a cambiar de ritmos y pulsos en forma constante, cuestión no siempre de fácil resolución.
La interpretación de los visitantes mostró diferentes enfoques para las secciones lentas. Desde las dolidas a las profundas, desde las sutiles a las exaltadas, así como las rápidas, donde también fueron desde danzas hasta un simple juego que a veces obliga al virtuosismo.
Creemos que su mirada parte desde lo popular en la búsqueda de contrastes de intención que logran una mirada menos lírica diferente a como lo interpretan otros conjuntos y que la convierte en un aporte en la ampliación del conocimiento de esta genial obra. Con un Scherzo de Dvorak y un ensoñado y expresivo movimiento lento de Joseph Suk, agradecieron los entusiastas aplausos del público.