Iñigo Díaz
Cuatro quintos del conjunto son músicos con sangre afroamericana y norteamericana: Robin Eubanks (trombón), Chris Potter (tenor y alto), Steve Nelson (vibráfono y marimba) y Nate Smith (batería). Pero el que distribuye los tiempos es un inglés, y el inglés siempre llega a la hora a todas partes.
Antenoche, en el Centro Cultural Montecarmelo-Providencia, Dave Holland ubicó su contrabajo al fondo del escenario, tapado por sus solistas y flanqueado por sus compañeros de sección rítmica, pero igualmente fue el máximo protagonista. Con su reloj interno y su justeza musical en uno de los conciertos de jazz que aún faltaba por verificar en Chile. Posiblemente uno de los más importantes de la década: Dave Holland Quintet, el jazztet que hoy le quita el sueño a los críticos en Nueva York.
El público respondió en masa ante el linaje y la categoría del artista como hacía mucho tiempo no ocurría aquí. Y olvidó muy pronto el mal rato de los inexplicables cuellos de botella en los accesos del Centro Cultural que retrasaron el inicio e hicieron que muchos de quienes pagaron tickets en las primeras filas quedaran perdidos, y de pie.
Dave Holland abordó la música con ese carácter que hoy lo dispone entre los líderes más creativos del post-bop. Es el sello de la tripleta trombón-saxofón-vibráfono, con colores sonoros no habituales para un jazz de delicadeza cristalina. Eso en algunos pasajes, porque en otros, guiados por el poderoso ataque de su baterista Nate Smith, la sesión se desbordó hacia el jazz-funk.
En todos los momentos, sin excepción, Holland transformó su contrabajo en un arma que entra directo en el estómago. Se escucha dentro del estómago con ese sonido profundo, contundente y maduro. Y, siempre, en el tiempo preciso. Perfecto. Como británico que es.