Sebastián Cerda
Son pasadas las siete de la tarde, hora de la cita en el Teatro Facetas, y antes de la actuación de los primeros invitados de la jornada, Valentina, el público aún no llega a la treintena. Cuando su show ha terminado y comienza el de Tránsito, el panorama ha mejorado un poco, pero no mucho.
Antes de la actuación de Luna in Caelo, los anfitriones, los asistentes ya llegan fácilmente al centenar, dejando en claro cuál es el número de la noche. Y no podía ser de otra manera, si hablamos de una banda con más de trece años de trayectoria y con el innegable título de padres del
dark nacional (aunque, como ocurre con los músicos en general, probablemente a ellos no les guste la asignación de rótulos).
Esos mismos sabores, los que se probarán esta noche, quedan de manifiesto desde un principio, con un menú de espera que incluye a clásicos del género como The Cure y Cocteau Twins, y que podemos degustar definitivamente desde la salida a escena de Luna in Caelo. Se testea con el insistente ritmo de una batería deliberadamente tarrera, acompañado con las distorsiones, el ahogo y el bien aplicado
flanger de la guitarra. Es la base del sonido oscuro y atmosférico que identifica tanto al grupo como a su propio nombre. El sello que ratifica la cantante Alejandra Araya con los primeros versos de “Pena”, con una voz pulida, ondulante y profunda que entona líneas del tipo “dame el caliz de amargura / sí, que acabe esta tortura”. Y eso que estamos recién empezando.
Se trata de palabras y sonidos filosos y penetrantes, que dejan las espaldas clavadas al respaldo. Es la forma en que el público suele disfrutar a Luna in Caelo en vivo: con permiso para escuchar de manera personal.
Así es como la banda se pasea no sólo por lo más recurrente de su música, siempre llena de imágenes: “una mujer que sale a recorrer el mundo en 1720, de la mano de un indio cantor”, como Alejandra Araya introduce “El monte”. O la historia de una antigua pareja unida sólo por las circunstancias, con la esperanza de que el amor surja después (“Suavecito”), e incluso con una cueca “a lo Luna in Caelo” (“Cveca”, con V no con U), como aclara la cantante.
Es una advertencia que vale para casi todo y que es reflejo de estilo e identidad. Ya se trate de sonidos algo pampinos, algo cuequeros o de acordes algo más optimistas (en la escala de optimismo del grupo, se entiende), siempre hay un “a lo Luna in Caelo” detrás.
En tiempos en que la industria musical para adolescentes encontró un nicho de negocios en el
neogótico y en su
neodepresión, las flores en la polera que viste Alejandra Araya y el negro gastado de Enrique Lindt, Daniel Dávila y Diego García de la Huerta, aparecen como un islote salvador. La pasión y las sensaciones más intensas no están necesariamente en la sombra o en el delineador. Pueden estar también en las primeras y lucidas arrugas. Pero, mucho más importante, también pueden estarlo en una guitarra, un bajo, una batería y una voz. Así de simple.