El nuevo Premio Nobel de Literatura.
EFESANTIAGO.- Sometido a juicio por alta traición a la patria y recién nombrado Premio Nobel, el escritor turco publicó ''''Estambul. Ciudad y recuerdos'''', su libro más personal, una autobiografía que nunca pierde de vista esa convulsionada ciudad, tan europea como asiática, donde el autor ha creado toda su obra.
Lea a continuación el anticipo de la obra publicado el pasado 8 de octubre en Revista de Libros.
Estambul, según Orhan Pamuk: en las ruinas del imperio
Desde el día en que nací, nunca he dejado las casas, las calles y los barrios en que he vivido. Sé que el hecho de que cincuenta años después siga viviendo en el edificio Pamuk (a pesar de haber residido entretanto en otros lugares de Estambul), el mismo lugar en que mi madre me cogió en brazos y me mostró el mundo por primera vez y donde me hicieron las primeras fotos, tiene que ver con la idea del otro Orhan en otra parte de Estambul, con ese consuelo. Y también percibo que mi historia es la que me hace especial, y, por lo tanto, también a Estambul: el haber permanecido cincuenta años en el mismo lugar, incluso en la misma casa, en una época condicionada por la multitud de emigraciones y por la creatividad de los emigrantes. "Sal un poco a la calle, ve a otro sitio, viaja", me decía siempre mi madre, abatida.
Hay autores, como Conrad, Nabokov o Naipaul, que han conseguido escribir con éxito cambiando de lengua, de nación, de cultura, de país, de continente e incluso de civilización. Y sé que, de la misma forma que su identidad creativa ha ganado fuerza con el destierro o la emigración, lo que a mí me ha determinado ha sido permanecer ligado a la misma casa, a la misma calle, al mismo paisaje, a la misma ciudad. Esa dependencia de Estambul significa que el destino de la ciudad era el mío porque es ella quien ha formado mi carácter.
Flaubert, que cuando vino a Estambul ciento dos años antes de que yo naciera, se quedó muy impresionado por las multitudes que poblaban la ciudad y por su heterogeneidad, escribió en una carta que creía que Constantinopla sería la capital del mundo cien años más tarde. Al desplomarse y desaparecer el imperio otomano, aquella profecía se cumplió justo al revés. Cuando nací, Estambul vivía los días más débiles, pobres, aislados y alejados del mundo de sus dos mil años de historia teniendo en cuenta su posición relativa en el mundo. La amargura que proporcionan la sensación de hundimiento que dejó el imperio otomano, la pobreza y las ruinas que cubren la ciudad han sido cosas que han definido Estambul a lo largo de toda mi vida. Toda mi vida ha transcurrido combatiendo dicha amargura o, por fin y como todos los demás estambulíes, asumiéndola.
Todo el que siente curiosidad por darle un significado a la vida se ha preguntado al menos una vez por el sentido del lugar y el momento en que ha nacido. ¿Qué significa que yo haya nacido en tal fecha en tal rincón del mundo? ¿Han sido una elección justa esta familia, este país y esta ciudad que se nos ha otorgado como si nos hubieran tocado en la lotería, que esperan que los amemos y a los que por fin conseguimos amar de todo corazón? A veces me siento desdichado por haber nacido en Estambul, bajo el peso de las cenizas y las ruinas decrépitas de un imperio hundido, en una ciudad que envejece respirando opresión, pobreza y amargura. (Pero una voz interior me dice que en realidad eso ha sido una suerte.) En lo que respecta al dinero, ocasionalmente pienso que he sido afortunado por haber nacido en una familia de posibles. (Aunque también se ha dicho lo contrario.) Pero la mayor parte de las veces, de la misma manera que me he convencido de que no debo quejarme de mi cuerpo (ojalá fuera algo más apuesto y de constitución más robusta) ni de mi sexo (¿sería menor problema la sexualidad si fuera mujer?), comprendo que Estambul, donde nací y donde he pasado toda mi vida, es para mí un destino incuestionable. Este libro es sobre ese destino...
Flaubert y los burdeles turcos
Aún luchando con la sífilis, que provocaría que en poco tiempo se le cayera el pelo y que su madre no lograra reconocerlo cuando por fin le viera, Flaubert va a un burdel en Estambul. El dragomán - intérprete, guía- que les enseñaba a todos los viajeros occidentales aquellos sitios le lleva a un lugar en Gálata tan "sucio" y en el que las mujeres son "tan repugnantes" que Flaubert quiere irse de inmediato. Pero, según lo que él mismo escribe, en ese momento la "madame" propietaria del establecimiento le ofrece a su huésped francés a su propia hija. Se trata de una muchacha de dieciséis o diecisiete años que a Flaubert le gusta mucho, pero que no quiere acostarse con él. La gente de la casa obliga a la fuerza a la chica - uno siente cierta curiosidad por saber qué haría el escritor mientras la convencían- y cuando los dos por fin se quedan solos ella le pide en italiano a Flaubert que le enseñe su órgano para saber si está enfermo o no. "Como me daba miedo que me viese el pene le dije que lo consideraba un insulto y me largué de allí", escribe.
Sin embargo, en El Cairo, al principio de su viaje, había contemplado con interés a los enfermos que se bajaban los pantalones a una indicación del médico para mostrar las heridas de la sífilis al observador occidental y transcribió sus observaciones en su cuaderno - como haría al describir atentamente el aspecto físico y la ropa del enano del patio del palacio de Topkapi- con el placer de haber sido testigo de una nueva rareza, guarrería o caso médico del Oriente. Flaubert había venido a Oriente tanto para contemplar paisajes hermosos e inolvidables y coleccionar recuerdos como para ver las enfermedades y las curiosidades de los otros, pero, al mismo tiempo, no tenía la menor intención de enseñar sus propias rarezas ni la enfermedad que había contraído. En su brillante libro Orientalismo, que por desgracia en Estambul se ha leído para acariciar los sentimientos nacionalistas y para que nos creamos una vez más lo maravilloso que sería el "Oriente" de no ser por los occidentales, Edward Said escribe unas líneas extremadamente comprensivas sobre Nerval y Flaubert, pero no menciona la escena del burdel de Estambul que la completa. Quizás porque Estambul nunca ha sido una colonia europea. Con todo, los turcos nacionalistas, al igual que los viajeros occidentales, llamaron a esta enfermedad (que se cree que se extendió desde América al resto del mundo) frenghi, "mal de los francos", para echarle la culpa a otra civilización. Semsettin Sami, el autor de origen albanés que publicó el primer diccionario turco cincuenta años después de la llegada de Flaubert a Estambul, escribe que la sífilis "nos vino de Europa". Años más tarde, en su Diccionario de lugares comunes, Flaubert pone punto final a la cuestión, tan contagiosa como la enfermedad misma, de "¿quién la contagia?": más o menos todo el mundo ha tenido la sífilis.
En sus cartas, Flaubert, que se muestra tan claro y sincero como para admitir su interés por lo extraño, lo terrible, lo sucio y lo extravagante, habla de las "putas de cementerio", que se encontraban por las noches con los soldados en los osarios, de los nidos de cigüeñas vacíos, del frío de la ciudad y de los vientos del mar Negro que le dan a Estambul un clima siberiano y de las grandes multitudes de gente de la ciudad. Escribió sus líneas más conmovedoras sobre los cementerios, de los que todo el mundo ha escrito excepto los estambulíes. Da la impresión de que él fuera el primero en darse cuenta de que las lápidas, integradas en la ciudad y en la vida, iban hundiéndose en la tierra al envejecer hasta desaparecer del todo, como el recuerdo de los muertos que van siendo olvidados lentamente.