El día de su boda.
El MercurioSANTIAGO.- Atardecer de uno de los primeros días de julio. Una llamada telefónica inquieta y sorprende en Vitacura y en Peñalolén. Al otro lado de la línea, Juan Cuevas, el director de teatro que desde hace 28 años está junto a la actriz María Cánepa Pesce. La salud de ella no ha estado bien. Pero Juan llama para una invitación: sábado 15 de julio de 2006, a las 12 del día, en el departamento de ambos en calle Merced, en los altos del Teatro La Comedia. No serían más de 15 los invitados al matrimonio religioso de María y Juan.
La novia de 86 y el novio con 33 menos. Desde 1999 casados por la ley civil. Ella con Alzheimer y con un tumor controlado en la hipófisis. "Siempre me dijo que quería casarse por la iglesia católica", confidencia Juan, pidiendo reserva. "Van a estar ahí contadas personas, familiares y otros que han sido muy importantes para ella. No queremos que se produzca una noticia de esto. No, al menos, antes de que ocurra. Tal vez después se pueda contar todo".
Mientras Juan habla y se refiere a la ceremonia, en paralelo la mente viaja al encuentro de Pedro Orthous, primer marido de María; su viudez temprana en 1974; los años de soledad; el encuentro con Juan durante el montaje de "Las del otro lado del río" (1978); las primeras aproximaciones; las dificultades; la creación del Teatro Q, una de las más exitosas experiencias de teatro popular en Chile; el Premio Nacional de Arte en 1999.
Tan lejos, tan cerca
A las 12 del sábado 15 todos están allí a la hora. Las mejores y más frescas flores de Santiago llenan el pequeñísimo espacio, donde junto a la ventana se improvisa un altar. El novio recibe con abrazo fuerte y sonrisa franca, y la novia -suspendida en el tiempo y en el espacio, con la mirada brillante de siempre, vestida con traje dos piezas, sencillo y elegante, en tono gris perla- se sorprende cada vez que alguien golpea la puerta y entra a su casa.
-¿Cómo estás, María?
-Muy bien, terminando... -responde con la sonrisa invariable.
El ambiente es el de una comunidad en fiesta. Ahí están la madre y la hermana de Juan; Betty Johnson, amiga de siempre y viuda del dramaturgo Sergio Vodanovic; Mimí Etcheverry y Sergio Pizarro, sobrinos directos de Pedro Orthous; Marcelo Cánepa y su señora, en representación del hermano de María, Gildo; la arquitecta Luz María (Lute) Sotomayor; la soprano Magdalena Amenábar, a quien María seguía por sus recitales dedicados a Shakespeare y Lorca; Nelson Seaman y señora, padrinos y testigos de matrimonio, y otros amigos, como Mónica Meléndez y el sacerdote Jorge Murillo.
Por el teatro, Héctor Noguera, según María y Juan, "uno de los grandes hombres de la escena chilena" y que los acompañó junto a José Pineda en la aventura de crear el Teatro Q, y Coca Guazzini: "Para la María'", cuenta Juan, "la Coca es tan buena actriz que ella piensa que si pudiera pasarle el bastón a alguien para que hiciera los grandes roles, esa sería la Coca".
En la distancia, Raúl Zurita envía su mensaje: A María Cánepa y Juan Cuevas ante la eternidad / la maravilla / y el sueño de su amor / que todo el firmamento los salude / en este día / que todos los que los aman los abracen.
Y aún más lejos, desde Dinamarca, Eugenio Barba y Julia Varley, los líderes del Odin Teatret:
"(...) Acompañada por tu Juan, tanto más joven, te volviste un mito. ¡Así debe ser! Fuiste tú que transformaste Santiago en una ciudad conocida, donde nos gusta volver (...)".
El Cantar de los Cantares
El cura parece tan emocionado como los demás. Y nervioso también. Es el padre Jorge Murillo, diocesano, parte del Tribunal Eclesiástico, capellán de Policía de Investigaciones, de larga actividad en Punta Arenas junto a Tomás González y hoy de arduo trabajo en la Villa Portales. Conoce a Juan desde hace muchos años. "Los papeles se invirtieron", recuerda Juan. "Era yo el que iba a ser cura".
Es Murillo el que pone orden en la fiesta para dar paso a la ceremonia. Cuesta llevar a la novia frente al altar. "Te vas a casar, María", dice la amiga. Juan y María apenas caben juntos en la banqueta. Se toman de las manos.
La lectura es del Cantar de los Cantares. El Alma que busca al Amado. El padre Murillo recomienda su lectura para entender el amor. Insta a los asistentes a decir algo: "El ejemplo de Juan y María"; llora de emoción la madre de Juan, María Vidal, que siempre acompañó a los novios-esposos a pesar de los 33 años de diferencia de edad; alguien dice que "amor es Dios y que la infinitud se encuentra en el hecho del amor, cualquiera éste sea"; otro habla de la "magia del encuentro con el ser justo".
Las palabras de Murillo suenan precisas y sensatas. Y también su mente viaja en el tiempo para recordar lo que esta historia provocó en el grupo de amigos. "A Juan le teníamos una envidia... Estaba enamorado de una mujer mayor, hermosa y famosa. Y se iba a casar con ella...".
Los anillos bendecidos. Juan apenas contiene las lágrimas y su mano tiembla para hacer su entrega: "... en señal de mi amor y fidelidad a ti hasta que la muerte nos separe...".
Y entonces se detiene el mundo un instante. Y una luz cae sobre María Cánepa otra vez. La voz débil deja de serlo. Ella levanta su cabeza mirando a Juan a los ojos. Dice, entera, con toda la vida del teatro sobre sí:
-Juan, compañero de mi vida, te entrego este anillo por la gran amistad que nos une y por todas las cosas extraordinarias que hemos hecho juntos cuando logramos ponernos de acuerdo.
Un Padrenuestro cierra el rito. Las manos de todos con las de ellos. El conmovedor llanto de la madre de Juan, aferrada su mano a la de la novia.
-Hay que llevar las flores a la Vera Cruz, dice María, refiriéndose a la parroquia de calle Lastarria.
Un hito en la vida de los presentes. Uno que termina con una tradición de Alessandria, el pueblo de Italia de donde proviene la familia Cánepa Pesce: deliciosos ravioli cocinados por los novios.