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Las cuerdas desestabilizadas

13 de Noviembre de 2006 | 00:00 |
Gilberto Ponce


El director venezolano Rodolfo Saglimbeni concluyó su vista a la Sinfónica con un concierto con obras de Beethoven y Haydn, donde también participó la Camerata Vocal de Universidad de Chile, que dirige Juan Pablo Villarroel.

El concierto plantea algunas dudas en lo referido a la programación y a los conjuntos que la enfrentan. A pesar de la calidad artística que estos puedan exhibir, si las obras abordadas les superan en sus posibilidades, los resultados se alejan de lo esperado por los propios intérpretes y por el público.

Es el caso de la “Misa en Re menor”, llamada también “Nelson” de Franz Joseph Haydn, una de las obras sinfónico-corales más hermosas de su autor, y una de las más importantes de la literatura musical.

Además de los indudables valores musicales, esta misa tiene tremendas exigencias vocales tanto para el coro como para la soprano solista. Desde el inicio ella queda sometida a un verdadero test vocal. Los otros solistas que completan el cuarteto tienen exigencias menores.

A la orquesta se le exige claridad en lo rítmico y en las articulaciones, y a todos los intérpretes la expresión propia de una obra clásica, con elementos que anuncian lo romántico.

Pensamos que esta obra no se aviene con el estilo de Saglimbeni. No queda claro su concepto de interpretación, y el aspecto religioso, muy importante en Haydn, no está presente. Las progresiones dramáticas de algunos números fueron inexistentes, pues pareciera que se piensa sólo en el fenómeno sonoro. Y a pesar de ello, los balances en muchos momentos fueron descuidados.

También consideramos que abusó del forte, entregando una interpretación plana que atentó en contra de su belleza y expresividad.

Hemos destacado en otras oportunidades las cualidades de excelencia de la Camerata Vocal, en particular sus bellas voces y su calidad de intérpretes. Ahora pensamos que escogieron mal la obra, o que por lo menos se debió aumentar la cantidad de cantantes. Esta Misa requiere de más “peso” sonoro y en algunos momentos quedaban sólo tres voces por cuerda (ya que los otros cuatro eran solistas). Para poder contrapesar el sonido de la orquesta se llegó al borde de la estridencia. Sólo en los escasos momentos piano pudieron desplegar su musicalidad. Y entonces pudimos reconocer su calidad vocal.

En el desempeño de las cuerdas destacaron los tenores, de hermoso timbre y línea de canto. Los bajos perdieron su calidad habitual. Las contraltos se desperfilaron y, como dijimos, las sopranos estuvieron tensas y estridentes.

Una de ellas, Claudia Pereira, estuvo frente a un tremendo desafío, que por momentos la superó. Su voz tiene un vibrato inadecuado para este tipo de obras, y los agudos fueron su problema permanente, como así mismo el atraso en las coloraturas. Sus bondades fueron apreciables en el “Et incarnatus” y en el “Benedictus”, que cantó con dulce y hermosa voz.

La contralto Soledad Díaz cantó sus breves partes con musicalidad y prestancia. En el tenor Isaac Verdugo se observan evidentes progresos en su calidad vocal, y a pesar de su musicalidad el bajo Leonardo Aguilar tiene problemas en las notas graves. Tal vez por indicaciones del director, cantó en forma plana el “Qui tollis”.

La orquesta siguió fielmente las indicaciones del director, manteniendo el sonido que destacáramos anteriormente, pero con dificultades en la precisión de las figuras rápidas, así como en un par de ataques.

El concierto se inició con una correcta versión de la Obertura “Egmont” que Ludwig van Beethoven escribiera para el drama homónimo de Goethe. Un programa en el que no se apreciaron las condiciones musicales del director Rodolfo Saglimbeni, en el cierre del Festival de Primavera, y la Camerata Vocal quedó en deuda.
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