Gilberto Ponce
Con una gran muestra de versatilidad, el pianista británico Peter Donohoe clausuró el ciclo 2006 “Grandes Pianistas”, que tradicionalmente presenta el Teatro Municipal de Santiago.
El impresionante programa, y sin duda el más extenso, se convirtió en el broche de oro de la temporada. A lo largo el concierto fue evidente el gusto y placer que siente Donohoe por las obras que interpreta. Algo que transmite a un público asombrado con la facilidad y certeza con que el pianista transita por los más variados estilos.
La “Sonata en La mayor K. 331” de Wolfgang Amadeus Mozart abrió su presentación. Ya desde el primer movimiento, “Andante grazioso”, Donohoe mostró total compenetración de estilo, elegancia, claridad de voces y asombrosa digitación. También demostró cómo enfrentar cada variación según su carácter: ligeras, melancólicas, cantábiles. En todas estuvo Donohoe como había que estar.
El “Minuetto” que le sigue lo enfocó muy enérgico y gracioso y con excelentes fraseos. En el famoso “Rondó Alla turca”, que es el tercero y conclusivo, jugó con los contrastes, desde aquellos casi íntimos hasta otros con grandes sonidos que nos recuerdan las sonoridades turcas tan populares en Europa en ese tiempo. Un detalle: Donohoe se resistió al uso del pedal en las secciones
forte, dejando condicionada la sonoridad sólo al peso de sus manos.
Donohe dio un salto notorio en el estilo al enfrentar la “Fantasía en Do mayor” Op. 17 de Robert Schumann. En rigor es una sonata en tres movimientos. Esta partitura no pretende ser programática, pero resulta imposible no asociarla al atormentado momento por el que transitaba entonces su autor. Donohoe la enfocó desde esa perspectiva, la de un apasionado joven de 25 años que lucha por el amor de su futura esposa.
Esta fuerza no le resta claridad al discurso musical, manejando diestramente los contrastes en cada una de las secciones y poniendo el virtuosismo al servicio de la expresión.
En la segunda parte Donohoe logró sonidos que pueden ser calificados de “sinfónicos”, mientras que entregó la tercera parte con una profunda emotividad interior, manejando la progresión dramática y los arcos expresivos en forma genial.
Bach y Beethoven, los testamentos
En el programa se anunciaban seis preludios y fugas del “Clavecín bien Temperado” de Johann Sebastian Bach, pero él decidió ofrecer nueve. Las discusiones en torno a la interpretación de esta obra seguirán agitando el mundo de los intérpretes, no obstante pensamos que la opción que tomó de Donohoe es tan válida como aquélla que defiende esta obra como exclusivamente para clavecín.
Donohe la enfocó como una obra pianística (bien se sabe que a Bach le fue presentado un piano muy elemental en esos tiempo, y que a pesar de ello le entusiasmaron sus posibilidades) y como tal extrae toda la riqueza expresiva que existe en cada uno de estos preludios y fugas. Según las posibilidades del instrumento, sacó a relucir voces, realzó fraseos y contrastes. Pero siempre muy ajustado al estilo barroco.
La última de las Sonatas para piano de Ludwig van Beethoven, la 32 Op. 111, es un verdadero testamento musical. En sus dos movimientos encontramos cimas expresivas, también enormes dificultades técnicas.
En este caso el intérprete diferencia casi dramáticamente sus dos partes. La primera puede ser calificada de “heroica” en alusión a los grandes temas que Beethoven incluye en alguna de sus obras, muy extrovertida y gran fuerza, mientras que el segundo movimiento lo enfoca con una profunda interioridad, desarrollando un arco expresivo de desgarrado y poético lirismo.
Su versión conmocionó a los asistentes, que exigieron aún más de un Peter Donohoe, que regaló nuevamente música de Bach para cerrar la temporada con pianistas enormes. Un cierre de lujo.