Si el año comienza de esta manera, más allá de los conciertos multitudinarios del Festival Providencia Jazz, es posible que 2007 no vaya a tener mayores sorpresas. Un nombre como el de Sonny Rollins podría superar las expectativas. Por ahora es Joshua Redman, un solista actual y de jerarquía, y es un privilegio escucharlo junto al trío del pianista Aaron Goldberg en estas condiciones.
Iñigo Díaz A la cabeza de un cuarteto elegante en el vestir y fino en el tocar, Redman demuestra los atributos del tenorista de jazz que la lleva (foto: EFE). |
El primero del año en Santiago, el primero de la clase en Harvard, el primero en el concurso del Thelonious Monk Institute, el nombre arriba en la lista entre una generación de saxofonistas contemporáneos francamente magistrales. Claro que aún no hemos tenido la posibilidad de chequear frente a frente los despliegues y las sensibilidades de Ravi Coltrane, James Carter o Javon Jackson. Pero con todo eso, igual Joshua Redman ratificó en un Teatro Oriente lamentablemente medio vacío (y afortunadamente medio lleno) lo que muchos sospechaban al escuchar sus discos, que siempre están llenos. Él es el gran solista entre los treintañeros que van rumbo a los cuarenta, o sea, los que aparecieron en el jazz en una década sin demasiada identidad como los ’90.
“Shed” se llama una composición que el pianista Aaron Goldberg, principal autor de la música porque es su trío neoyorquino el que presenta a Redman y no al revés, dedica al saxofonista egresado con distinciones máximas de Ciencias Políticas de la Universidad de Harvard. Es un poco un juego, porque tiene que ver con el segundo apellido de Redman y con la expresión
shed que utilizan estos músicos para referirse a las árduas sesiones de ensayo. Joshua responde con la energía de todas esas horas de práctica juntas y desglosa un solo que da miedo: agresivo y sorpresivo en todos los niveles,
in crescendo en la intensidad, y rotundo en el desenlace. Redman es provocador, y como su personalidad es sobria y fría, es doblemente provocador.
Justo después de “Shed” es Redman el que dedica una pieza “coltraneana”. Se titula “Letting go” y es para su padre, el saxofonista Dewey Redman, fallecido el 2 de septiembre de 2006, hace muy poco, aunque no tan poco como los otros músicos para quienes también corre este respeto: Alice Coltrane (12-enero-2007) y Michael Brecker (13-enero-2007). Ese es el final de una sesión de jazz contemporáneo que trae este cuarteto fino, con los dos del pulso atrás, Reuben Rogers (contrabajo) y Eric Harland (batería). Cada uno tiene su hora aquí: Rogers en la rearmonización de la pieza de Djavan “Lambada de serpente” y su paseo por las cuatro cuerdas y Harland en un
grand finale polirrítmico sobre el mismo gran final del concierto.
Junto a Redman, ellos lucen el mismo corte severo de cabello y visten elegantes camisas blancas que les da el toque magnético de los viejos
cats de Nueva York. Y Aaron Golberg, el único músico blanco, es el más educado de todos. Se da el tiempo para hablar en español, escucha a los auditores y se ve cómo disfruta de tocar en un teatro tan lejano como el Oriente. Se levanta del sillín para tomar el micro de pie y presentar algunas de sus composiciones: un blues llamado “Aze’s bluesies’” y dedicado a un niño imparable, o “Song of snow”, la segunda canción de cuna de la jornada, que deja al descubierto a Goldberg: “tengo 32 años y no sé por qué estoy pensando en niños”.
Nominalmente él lidera el conjunto, aunque ahí, donde el jazz quema, son las combinaciones de saxofón y trío las que convierten a Joshua Redman en el cabecilla y el centro de la atención. Toda la noche ha “compuesto” sus solos, con narrativas abiertas y móviles en sesiones de música donde la literatura y su desarrollo parecen tener mucho más protagonismo que el tema sobre el cual se improvisa. Ahí está Redman otra vez, con la mirada abajo y ceño duro cuando se desborda por la campana de su intrumento en una pieza de ritmos funkys lamada "Bronze", piensa en Dewey Redman toda la noche y al final agradece los aplausos con delicadeza. Es el número uno. Y él parece que lo sabe.