Doble y lograda jornada de música oscura con el grupo chileno Luna in Caelo y con el compositor francés Olivier Mellano, oscurecido para dar brillo a la banda sonora nueva de una película clásica.
Sebastián Cerda
Todavía estaba claro en Santiago y en los patios de la Corporación Cultural de Las Condes mientras el productor, realizador visual y también DJ Luis Briceño pinchaba alguno de sus discos mientras fumaba otro cigarrillo y conversaba con sus amigos. Poco a poco los asistentes se instalaban en las sillas frente al pequeño anfiteatro al aire libre, y entre ellos estaban Alejandra Araya, Enrique Stindt, Daniel Dávila, Diego García de la Huerta y Olivier Mellano.
Nada fuera de lo común, si no fuera porque más tarde ellos cinco estarían sobre el escenario. Los primeros cuatro como los integrantes de Luna In Caelo, los llamados padres del dark nacional. El último, como un compositor y guitarrista francés por primera vez de visita en Chile para tocar en vivo.
Cuando ya noche era y luna en el cielo brillaba, los Luna In Caelo comenzaron con su presentación. En doce temas, siempre anunciados por Alejandra Araya, la banda recorrió principalmente su último disco,
Urdimbre (2006), a través de canciones como "Martirio", "Relicario", "Capullo" o "Al monte".
Mucho menos rockero que en fechas previas,
"La aurora", de Murnau (arriba), y el músico invisible: Olivier Mellano. |
esta vez el grupo optó por un repertorio más melancólico que desgarrador, aunque siempre con el sello propio y el del estilo: las notas prolongadas y ondulaciones en la voz profunda de la cantante, el pulso sostenido de la batería y una guitarra que recurre con frecuencias al eco y al efecto de
flanger.
El cierre fue el más escueto que se pudo imaginar. Un simple retiro del escenario, sin despedidas ni nada.
Luego sería el turno de Olivier Mellano, el guitarrista y compositor francés que anunciaba la musicalización de una película muda del primer tercio del siglo pasado. Y la reseña podría hacerse perfectamente de la película y no del concierto, y sería tanto o más gráfica. Se podría decir que en la pantalla se vio
La aurora, de Friedrich Wilhelm Murnau, una cinta del año 1927 en que un hombre de campo tiene una amante citadina y se reencuentra con su esposa después de intentar asesinarla.
No pueden separarse una de otro. Sin
La aurora no se entiende la presentación de Mellano, ni viceversa. Desde una absoluta penumbra, el francés dedicó su interpretación de guitarra únicamente a reproducir en el público las emociones y el entorno de las escenas. Así, el paso de sus manos por las cuerdas podía dar cuenta de la alegría y la frivolidad de unas vacaciones en un crucero, de los fantasmas y tormentos en la cabeza de un campesino enajenado, de la dinámica de un cerdo y de una pareja bajo los efectos del alcohol, o de la inmensidad de un paisaje y la sensación de vacío que conlleva.
Tal cual.
Todo esto Mellano lo logra con trabajo compositivo previo de evidente rigurosidad y dedicación (¿cuántas veces habrá visto
La aurora?), y con el apoyo en vivo de elementos electrónicos y de una pedalera todopoderosa. En ella va almacenando los distintos movimientos que realiza con su guitarra, que se suman hasta crear una verdadera cortina si es que la escena lo amerita. Si no, pulsar una cuerda basta para crear la atmósfera adecuada, que se traduzca en la sensación precisa.
Ahí estuvo el mérito y la apuesta de Mellano. En "anularse" y lograr que la música, y sobre todo el músico, pasaran a un completo segundo plano, por no decir cuarto, décimo, o el que sea, en beneficio de la cinta.
Era buena la película de Murnau. Bien buena.
www.olivier-mellano.com