La artista logró destacar más allá de la música, dejando importantes obras en pintura y arpillera.
El MercurioA 40 años de la muerte de Violeta Parra
SANTIAGO.- "Yo estaba ordenando algo en la carpa, serían como las seis de la tarde, cuando de repente sentí un balazo. Entré corriendo a la pieza y encontré a mi mamá ahí tirada, encima de la guitarra, con el revólver en la mano. Me acerqué a ella y la moví, le hablé... y no me contestó. Ahí me dí cuenta que por la boca le corría un hilillo de sangre (…). De repente se llenó la carpa de gente... llegaron los detectives, y después vino una ambulancia a buscarla".
Así recuerda Carmen Luisa Arce (según consigna www.músicapopular.cl) el día de la muerte de su madre: la universal artista chilena Violeta Parra, un 5 de febrero de 1967.
De esa trágica manera, Violeta puso fin a un período que la fue sumiendo progresivamente en una mayor angustia y tristeza, tras haber conocido la gloria tanto dentro como fuera de su país.
Parte de ello se debió a la ruptura amorosa con el musicólogo y antropólogo suizo Gilbert Favré, en quien encontró el amor en los años 60, tras dos fracasos matrimoniales. A él dedicó canciones que luego engrosarían la lista de sus clásicos, como "¿Qué he sacado con quererte?" y "Run Run se fue pa’l norte". Favre se marchó a Bolivia en 1966.
A ello se sumaba la escasa respuesta que en Chile comenzó a encontrar para su trabajo artístico, algunos años después de volver de una estadía en París, donde fue ampliamente reconocida. Allá incluso logró imponerse más allá de la música, llegando a ser la primera latinoamericana en exponer individualmente en el mítico museo Louvre, en cuyas paredes colgó sus arpilleras, una técnica en la que el mundo artístico la celebró, y a la que Violeta llegó simplemente como una forma de matar el tiempo mientras se recuperaba de una hepatitis.
Al periodista Tito Mundt le dejó entrever previamente otras razones menos tangibles para la que sería su última decisión: "Me falta algo, no sé qué es. Lo busco y no lo encuentro. Seguramente no lo hallaré jamás".
Hoy se cumplen 40 años del día en que Violeta disparó a su cabeza, pero su recuerdo y legado crecen con el tiempo. Su nombre hoy es de esos contados que se homologan al de un país, el mismo que en un momento dejó de prestarle toda la atención que su trabajo merecía, y que hoy la tiene como una de sus hijas predilectas.