En su concierto masivo en el centro de Santiago, el tenor español y la soprano chilena demostraron que la música es una sola, sin importar el apellido de clásica o popular.
Gilberto Ponce
Ópera, zarzuela, musicales y canciones populares: así fue el amplio repertorio del dúo entre Plácido Domingo y Verónica Villarroel (foto: José Alvújar, El Mercurio) |
Radiantes de alegría se retiraron las decenas de miles de personas que repletaron el domingo 11 de marzo la Plaza de Armas de Santiago. La razón: el espléndido concierto ofrecido por dos grandes figuras líricas de la actualidad.
En un espectáculo donde nada quedó al azar (excelente amplificación y varias pantallas gigantes), Plácido Domingo, el legendario tenor, y Verónica Villarroel, la estupenda soprano chilena, cautivaron desde el inicio tanto a melómanos, operáticos y aficionados como a simples curiosos que querían saber cómo era esto del mundo de la lírica.
El ángel de ambos logra una empatía instantánea con quienes les escuchan, creando la sensación de cantar para cada uno en particular. A lo anterior debemos sumar un repertorio de tal amplitud que demuestra que la música es una sola, sin importar el apellido de clásica o popular. Entonces ante esto lo único que cabe es esperar una entrega honesta de los artistas. Y en este caso sobró la honestidad.
Ópera, zarzuela, musicales y canciones populares desfilaron con el excelente acompañamiento de la Orquesta Filarmónica de Santiago, que en esta oportunidad mostraba a sus nuevos integrantes. La ajustada y sensible batuta de Eugene Kohn veló en todo momento por los equilibrios sonoros, siguiendo además cada fraseo o intencionalidad de los cantantes, respirando con ellos e intuyendo cada inflexión de interpretación.
Cómplices a dúo
Cuando Plácido Domingo y Verónica Villarroel cantan a dúo existe una perfecta complementación tanto en lo dramático como en lo sentimental amoroso. Baste citar los dúos de Otello, de Verdi, o el de Luisa Fernanda, de Sorozábal, o bien Tonight, de West Side Story (Bernstein), en que su canto los convierte en cómplices de los personajes a los que dan vida.
Cuando cantan como solistas surge el estudio de los perfiles sicológicos de los personajes. El de una Manón (sola, perduta, abbandonata) que cantó conmovedoramente Verónica Villarroel, o ella misma yendo al Verdi de la Fuerza del Destino, en una sucesión de emociones. Domingo conmueve desde el inicio con "O Suoverain", de El Cid de Massenet, para evolucionar en lo dramático cuando aborda "El lamento de Federico", de Cilea.
La versatilidad de ambos quedó demostrada una vez más en la selección de zarzuelas: un emocionante "Amor, vida de mi vida" (Sorozóbal) en la voz de Domingo, "De España vengo" (Luna), cantado exquisitamente por Verónica mientras jugaba con un abanico, para llegar a uno de los tantos triunfos de la noche, el dúo "En mi tierra extremeña" (Sorozóbal), que hizo saltar de sus asientos a los espectadores.
Ambos siguieron en esta verdadera demostración de destreza vocal con una selección de musicales y canciones populares, que fueron desde "Amor sin barreras", de Bernstein, a "My fair lady", de Lerner, y el desgarrado "Júrame", de Grever, en la voz de Domingo, o el sentimental "Muñequita linda", también de Grever. Uno de las más rotundos éxitos de Domingo es "No pude ser", de la zarzuela "La tabernera del puerto", que prácticamente hizo explotar la Plaza de Armas.
Ante un público que no manifestaba el menor interés por abandonar el recinto, vinieron los
encores. El primero fue un maravilloso "Rafaelillo", de Penella, cantado por ambos, además del debut de Verónica en el pop con "Cuando estoy contigo", de Manzanero, en arreglo de Manzi, quien también la dirigió. Siguieron un extrovertido "Bésame mucho" (Velásquez) en la voz de Domingo y un genial dúo de la tonada "Yo vendo unos ojos negros", que cantaron junto a un emocionado público que coreó con ellos haciendo retumbar la plaza.
El entusiasmo creció aún más con el "Ay, ay, ay", de Osmán Pérez Freire, con un público asombrado ante la generosidad de los artistas. Pero faltaba aún "Granada", de Agustín Lara, que la audiencia interrumpió con espontáneos aplausos, y una versión de ambos de "Cuando los labios callan", de "La viuda alegre (Lehar), cantado en español.
Fue una fiesta de canto, donde además se conoció a la nueva Orquesta Filarmónica, que demostró un acabado trabajo de afiatamiento en sólo una semana de trabajo. Así quedó plasmado en el acompañamiento de los solistas y en sus versiones del "Intermedio" de "La boda de Luis Alonso (Jiménez) y la Obertura de "Candide" (Bernstein), en esta oportunidad bajo la batuta de Eugene Kohn.