Cristina Hynde
(foto: El Mercurio). |
Lo que alguna vez consiguió Madonna por la ubicación del corpiño en el flujo universal de la cultura pop, es probable que lo reproduzca Pet Shop Boys hacia el final de su nueva gira con otro elemento de uso cotidiano devenido en sus manos en herramienta de vanguardia: el viejo y sencillo tubo flúorescente. Luces cilíndricas prendidas con colores de neón se alargan y acomodan, reproducen banderas y cruces, acompañando así los versos antibélicos y antirreligiosos que en su más reciente montaje se suceden con el mismo efecto encandilante desde que los Pet Shop Boys entran al escenario con la melodía sonsa de "We are the Pet Shop Boys" y prometen cantar "viejas canciones, nuevas canciones, y canciones del medio".
Quienes vimos por primera vez a Pet Shop Boys en Chile, hace trece años, registramos por un tiempo largo la postal inesperada de un Estadio Chile (hoy Víctor Jara) maquillado de burdel sadomasoquista, con bailarines encerrados en jaulas y golpes fingidos para una orgía pop que asumía la carga provocadora intrínseca a una propuesta musical frívola sólo en apariencia.
Es hoy, a más de dos décadas de su debut, la misma doble lectura la que permite su tecno-pop de invitación abierta al disfrute y la exaltación de la carne joven. Silencioso y como absorbido por su propia circunspección, Chris Lowe es el adolescente eterno que ha renunciado a concentrar sus evidentes dotes intelectuales en labores sesudas y aburridas, para mejor sostener el armatoste de aguda observación social bosquejado por ese enorme cronista de la transición cultural británica que ha sido Neil Tennant.
Por eso, el espectáculo de promoción del reciente álbum
Fundamental —"At dead of night", es el nombre completo de la gira— es muchas cosas a la vez: alegato político contra la insensibilidad internacional de Tony Blair, saludo a los entrañables personajes que poblan las historias de "Rent" o "Being boring" (¡qué gran canción que el dúo eligió para despedirse!), baile irreflexivo aprendido de Village People ("Go West") y Elvis Presley ("You are always on my mind"); y manifiesto estético poderoso de parte de una sociedad ya arraigada en la identidad londinense y que sabe bien sobre qué terreno visual, musical e ideológico quiere pararse.
Los chilenos que la noche del domingo repletaron la Estación Mapocho —dicen que fueron diez mil— pueden no siempre haber comprendido ese fondo múltiple en los hits "ochenteros" que llegaron a bailar, pero es indudable que sacudieron en tan sólo dos horas de distracción los márgenes de solemnidad y autoplagio con que suelen hacernos creer los charlatanes de turno que se construye la música para las masas.