Sebastián Cerda
"No haré psicomagia. Haré magia. Adanowsky se desmarca de su padre Jodorowsky (Foto: Cristián Soto). |
Sin ánimo peyorativo, la carta de presentación de Adanowsky a su llegada a Chile era demasiado simple. La única razón por la que el músico chileno-francés despertó algún interés aquí fue su condición de hijo del escritor y psicomago Alejandro Jodorowsky.
Algo por contrarrestar ese efecto intentó hacer Adán (que es su verdadero nombre) en los días previos a iniciar la pequeña gira por Chile, que también lo tuvo en Puerto Montt, Concepción y Valparaíso. Se paseó por radios, dio entrevistas, se mostró en fotografías, pero ninguna de esas iniciativas fueron suficientes como para aminorar la carga de tan pesado antecedente.
Sin embargo, ese cartel terminó por no tener mayor importancia en su concierto en Cerro Bellavista. Tras el platillo pop de entrada a cargo de Teleradio Donoso, Adanowsky impuso de inmediato sus términos, apareciendo sobre el escenario vestido con una chaqueta roja brillante y declarando inadmisible una pista a medio llenar y al público sentado en la pequeña galería de la ex Oz. Y ya que sus llamados desde arriba no fueron escuchados, simplemente bajó para llevar a los auditores uno a uno hasta el espacio donde él quería que estuvieran.
Una vez que el entorno estaba configurado a su completo antojo, el show pudo comenzar de verdad. Vino entonces un despliegue de energía completamente inusual, con un cantante verdaderamente multiplicado en el escenario, mostrando no sólo su hiperkinesis, sino también su oficio paralelo de bailarín.
Con ese sello, Adán Jodorowsky ofreció un repertorio basado en una mezcla de rock y música tradicional parisina, aires de cabaret francés que también se filtraban a sus temas en castellano, como el ya radialmente difundido "El ídolo". Así comienza el despliegue de otro elemento que atravesará casi por completo a la presentación, y que es el permanente juego de tintes sexuales que pone tanto en sus letras como en su puesta en escena. Así queda claro en versos como "qué pena, se pierden de probar mis movimientos sexies" o "mírenme, pronto se enloquecerán con mi baile sensual".
Todo un entorno que da cuenta también de aires calculadamente grandilocuentes, hasta dar con el personaje de estrella que sobre el escenario Adanowsky pretender ser.
A esto agrega la carga de ironía y divertimento que cruza también su espectáculo, al introducir sentidamente una canción dedicada a su madre (y, a través de ella, a todas las madres), para entonar luego "hace años que sueño con vivir un incesto / desde que vi a mi madre en calzones grotescos", de la versión en castellano de "Maman t’as pas fini?".
Allí Jodorowsky demuestra también su agudeza a la hora de escribir letras. Una virtud que podría decirse heredada, pese a que el músico decidió desligarse abiertamente del padre, advirtiendo que haría "magia" y no "psicomagia", antes de comenzar a atravesar reiteradamente una muñeca con estacas.
Una de tantas muestras de un show siempre volcado al público, a cargo de un artista que dejó su propio nombre en nuestras bases de datos y que debería empezar a hacerse recurrente en los escenarios locales.