MEXICO.- El carácter enérgico del muralista mexicano Diego Rivera, su pasión por las artes plásticas, las influencias que recibió y hasta los resultados de un examen psiquiátrico que le realizaron en su vejez, son publicados en un libro que recuerda los cincuenta años de la muerte del pintor.
"Diego Rivera, Luces y Sombras" (Lumen), de la crítica de arte argentino-mexicana Raquel Tibol, recorre en casi 300 páginas los momentos más importantes de la vida y obra de quien es considerado el mejor exponente del "realismo social" mexicano.
Rivera (1886-1957), quien se casó dos veces con la afamada pintora mexicana Frida Kahlo, era tan acucioso en su trabajo que incluso "podía pasarse horas en un andamio hasta casi caer dormido" mientras realizaba un mural, recuerda Tibol, quien trabajó con el artista.
"Diego terminaba grandes jornadas de pintura mural y tenía que internarse en un sanatorio porque estaba tan dañado, (...) podía pasarse veinte horas sin tomar un vaso de agua, era un trabajador obsesivo", comenta la autora.
Como prueba de esta actitud, el muralista dejó un legado de unas 6.000 obras de caballete y alrededor de medio centenar de murales, cuyas influencias son rescatadas por Tibol.
"Yo creo que Rivera debe ser considerado, más allá de cualquier europeísmo, como uno de los más importantes cubistas", señala la autora, recordando que además formó parte de las "vanguardias europeas" que surgieron entre 1909 y 1921, años en los que el pintor vivió en Europa, principalmente en París.
Cuando regresó a México, el muralista "de pronto evocaba su etapa cubista, dándole la importancia que tuvo en su sentido de la construcción del espacio plástico", asegura la escritora.
"Otra tendencia muy fuerte que viene de París hacia Rivera es la influencia que (Paul) Gauguin ejerce en él, si uno se detiene con cuidado en la coloración de ciertos murales, por ejemplo los que están en el Palacio Nacional (de la Ciudad de México), el fondo es 'gogueniano', tenía una gran admiración Rivera por Gauguin", añade.
La crítica de arte comenta que en el cincuentenario de la muerte del muralista "los historiadores de arte franceses tendrían que hacer una reconsideración de qué tanta importancia tiene Rivera en las vanguardias europeas", considerando "los largos doce años" que el pintor pasó en la capital gala.
Convencido de que los artistas no surgen en las escuelas de arte, sino de la convivencia directa con el pueblo, Diego Rivera también era un apasionado activista de la izquierda, aunque fue expulsado del Partido Comunista mexicano en 1929, al que reingresaría en 1954.
"Lo miraban con desconfianza en muchos sectores de la izquierda, (...) porque los trotskistas le criticaban que se había salido del trotskismo, y los comunistas porque había estado con León Trotsky", el revolucionario ruso que recibió ayuda de Rivera en su exilio en México entre 1937 y 1940, comenta Tibol.
Por "los constantes bandazos políticos y emocionales" que padecía, en 1948, a los 62 años, el muralista decide someterse a unas pruebas psiquiátricas, cuyos resultados fueron obtenidos recientemente por la crítica de arte.
El diagnóstico de las sombras del artista lo revela como un hombre "irritable, sensitivo (...) y con una afectividad explosiva", de acuerdo con la publicación.
Sin embargo, Tibol prefiere destacar que Rivera "podía estar pintando la cara de una persona y no tenía que tenerla enfrente, la sacaba igual; tenía una retentiva visual verdaderamente monstruosa, totalmente fuera de lo común", afirma.
Diego María de la Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de la Rivera y Barrientos Acosta y Rodríguez, nombre completo del muralista, murió de cáncer el 25 de noviembre de 1957, a los 71 años, en la Ciudad de México.