Gilberto Ponce
Un programa de grandes contrastes fue el que se escuchó en el reciente concierto de la Orquesta Sinfónica de Chile, con una primera parte dedicada a Béla Bartók y una segunda a Antonin Dvorak. Un programa que sirvió de despedida al maestro sueco Mika Eichenholz como director invitado.
En 1982 Cirilo Vila concluyó su “Elegía” (In memoriam Béla Bartók), escrita para orquesta de cuerdas con timbales. La obra de gran interés tiene algunos giros que recuerdan a Bartók, y es bastante exigente con las cuerdas, al tiempo que concede al timbal un papel que podría considerarse casi melódico.
Eichenholz condujo con claridad al conjunto, obteniendo un alto resultado, y explotando al máximo sus posibilidades tanto dinámicas como de fraseo. El público aplaudió cariñosamente al autor, cuando subió al escenario llamado por el director.
La condición de gran conocedor del lenguaje contemporáneo de Eichenholz fue confirmada al escucharse el “Concierto para dos pianos, percusión y orquesta” de Béla Bartók. Esta obra que es la orquestación de su propia “Sonata para dos pianos y percusión” recibió una espléndida interpretación por parte de Alexandros Jusakos y Pablo Morales en piano, y Gerardo Salazar con Juan Coderch en percusión, acompañados óptimamente por la orquesta.
La obra requiere de acuciosos ensayos que permitan apreciar todas las sutilezas instrumentales de los cuatro solistas, y de las casi
concertantes partes orquestales. Los pianos son utilizados tanto melódica como de manera percutida, al tiempo que la gran cantidad de instrumentos de percusión, asumen secciones de carácter melódico en medio de la explotación máxima de sus recursos. Todo esto inserto en una constante de preguntas y respuestas, imitaciones y secciones canónicas, además de cambios constantes de ritmo, todo lo anterior de enorme exigencia.
Los cuatro solistas y la orquesta bajo la hábil dirección de Eichenholz llevaron a los auditores desde la melancolía al oscuro misterio, para saltar luego a las figuras folclóricas, al tiempo que crean atmósferas y timbres que mantuvieron al público en activa atención.
Creemos que este será uno de los puntos altos de la temporada. No sólo por la excelencia de Jusakos, Morales, Salazar y Coderch. A ello se suma el óptimo estado de la orquesta y la ajustada dirección de Eichenholz.
La segunda parte consultó una de las obras más hermosas escritas por Antonin Dvorak, su “Sinfonía N° 8 en Sol” Op. 88, la que en sus cuatro movimientos no sólo es una síntesis del romanticismo: además le agrega componentes de tipo folclórico que la enriquecen en gran medida.
En la interpretación Eichenholz, confirmó sus fortalezas y algunas debilidades. Entre las primeras, el carácter eslavo y el dominio gestual frente a la orquesta, la que responde a todos sus requerimientos. Pero por otro lado muestra una excesiva energía y dureza en la interpretación, así como un cierto descuido por los balances. Eso deja librado a los músicos el concepto dinámico, sobre todo en los bronces, los que además de tapar a otras familias, sonaron un tanto descuidados. En este mismo sentido diremos que el timbal tocó en un volumen desproporcionado y con gran dureza.
Podemos destacar como logros algunas de las frases “líricas” de las cuerdas, tocadas con gran belleza, el hermoso sonido de las maderas al inicio del segundo movimiento y a lo largo del tercero, y algunos momentos generales de la orquesta cuando el sonido no llegó al
forte.
En resumen, un interesante programa que permitió conocer las excelencias de cuatro solistas, así como las bondades y flaquezas de un solvente director.