Gilberto Ponce
Paulina Zamora y John Milbauer (foto: Claudio Vera). |
Ya en su presentación del año pasado había quedado en claro el altísimo nivel profesional que tiene este dúo de pianistas: la chilena Paulina Zamora y el estadounidense John Milbauer. En este concierto dedicado sólo a compositores rusos —y sólo con obras de enorme dificultad— ambos músicos demostraron una vez más su extraordinaria ductilidad y calidad.
Aquí no vale hablar de técnica, pues la poseen en forma consolidada. Tampoco es útil mencionar su musicalidad, pues desde ambos se desborda. Sólo queda analizar el programa, que además de desafiante nos mostró tres vertientes en el ámbito de la composición rusa.
La “Suite N° 1 Op. 15” de Anton Arensky, (1861-1906), con su romanticismo tardío y de fuertes raíces folclóricas, en su primer movimiento nos introdujo en la melancolía del alma rusa, que nos recuerda a veces el “Onieguin” de Tchaikovsky.
El “Vals”, más europeizante, incorpora ornamentos de gran exigencia dada su complejidad, además de cierta ambigüedad rítmica que exige de los intérpretes seguir atentamente las sinuosidades del diálogo. La “Polonesa”, con que concluye la obra, fue interpretada con estilo y carácter. Fue el primer triunfo de la noche.
De la amabilidad de Arensky se pasó a un verdadero monumento de dificultades: la versión para dos pianos del ballet “Petroushka” de Igor Stravinsky, con sus elementos propios del “primitivismo” que aportó su autor, con sus permanentes cambios rítmicos y con su permanente dinámica.
Lo anterior demanda que los intérpretes sean capaces incluso de respirar juntos, de seguir sus más mínimos gestos para insinuar, o bien una modificación de pulso o de intención, y estar en alerta permanente ante las polirritmias y los cambios de inflexión.
En esta música Stravinsky dibuja además personajes y acciones que deben aparecer claramente delineadas en el discurso musical. En este caso los intérpretes nos pasearon por la “feria”. Mostraron la ingenuidad de la muñeca, la perversidad del moro y el ingenuo amor de Petroushka, además de describir la intriga y el desenfreno en medio de un verdadero derroche técnico. Ambos intérpretes lograron transformar el sonido de sus pianos en algo verdaderamente sinfónico.
El concierto finalizó con una versión para la “Suite N° 2 Op. 17” de Sergei Rachmaninov, que nos llevó desde el melódico y romántico primer movimiento al vertiginoso vals del segundo que a ratos recuerda “la Valse” de Ravel. Siguió con la a veces lánguida y melancólica “Romanza”, de gran expresividad, y se terminó asombrando al público con el cuarto y último movimiento, en ritmo de tarantella, de inauditas dificultades, que hizo explotar en ovaciones a un público atónito ante tal demostración de talento, versatilidad y musicalidad.