Gilberto Ponce
Pocas veces un compositor ha sido capaz de sintetizar y recrear de manera tan certera, una obra literaria como lo logró Nikolai Rimski-Korsakov en su “Suite Sinfónica” Scheherezade. Está inspirada en “La mil y una noches”, esa fantástica colección de relatos árabes que ha cautivado desde siempre a miles de lectores en todo el mundo.
El mágico y sensual mundo descrito en esos cuentos, donde la aventura no es cosa extraña, encontró en el compositor ruso a un inspirado nuevo relator, pero ahora desde el relato sinfónico.
En esta obra las historias no son lineales. Son sugerencias en torno a los ejes argumentales, que van enlazados por las intervenciones del violín solista y el arpa. Héctor Viveros uno y Manuel Jiménez otro, lograron magia en cada una de sus intervenciones.
La versión del director Rodolfo Saglimbeni fue totalmente unitaria en el concepto general y alcanzó cotas de notable expresividad desde una orquesta que está pasando por un excelente momento. Hubo sonido homogéneo, gran musicalidad y precisa afinación.
La obra exige además que una gran cantidad de músicos interprete partes solistas. En este caso sólo podemos alabar el desempeño de cada uno de ellos, por lo expresivo y musical de sus intervenciones. Es una consecuencia del preciso gesto del director, que en su sobriedad consiguió notables respuestas de la orquesta.
No podemos obviar el justo balance instrumental, los diálogos entre familias, las progresiones dramáticas, el buen uso de los contrastes, como fragmentos que iban desde la pasión a la serena sensualidad, así como a descripciones casi pictóricas, o bien desde la potencia sonora más grande, hasta los
pianissimos más sutiles.
Una entrega y triunfo total de Saglimbeni y la Sinfónica, que fue retribuido por el público con ruidosas y largas ovaciones.
En la primera parte del concierto se escuchó el estreno de una obra “conceptual” del joven compositor chileno Gabriel Gálvez, llamada “Recordar, renegar, reconstruir”. Una obra para gran orquesta que explota al máximo los recursos instrumentales, al tiempo que juega con ritmos, diálogos entre familias, pedales, silencios y estallidos sonoros que por momentos recuerda el lenguaje de Webern o Ligeti.
La serie de contrastes de todo tipo logró mantener la atención en cada de sus breves partes.
El director se vio muy compenetrado de la partitura, obteniendo una gran respuesta de sus músicos.
La suite sinfónica de la ópera “Los Maestros Cantores de Nuremberg” de Richard Wagner completó la primera parte. Ahí se destacó el sonido homogéneo y pastoso de la orquesta, excelentes fraseos entre familias, claridad en los temas, y en el más ajustado estilo. Una gran noche para la sinfónica, de la mano de un solvente y musical director.