CANNES, Francia.- "Para hacer películas hay que estar loco, ¡es un obsesión peligrosa!", afirma muy serio el director italo-norteamericano Martin Scorsese, ganador de dos Oscar de Hollywood por "Los infiltrados" en febrero e invitado de marca del 60º Festival de Cannes.
"Para ser director no es necesario pasar por una escuela de cine", en cambio "hay que estar loco, tener una naturaleza obsesiva", lanza Scorsese en su lección de cine impartida en el Palacio del Festival.
"Quiero decir que es indispensable querer hacer películas por encima de todo en la vida. Si otros son capaces de tener una vida personal, una familia, ¡que Dios les bendiga! Yo hablo de mí", añade el director, de 64 años, que viajó a Cannes para lanzar una Fundación Mundial para el Cine para rescatar grandes obras caídas en el olvido.
Sentado en un silloncito negro ante 900 personas, Martin Scorsese, con gafas de montura gruesa y traje gris perla, cuenta su vida y comenta extractos de películas suyas royectados en una pantalla a sus espaldas.
"A mí no me quedó otra", dice, arqueando las cejas, "a los tres años era asmático y en aquella época era una enfermedad muy seria"."El asma me impedía jugar con los demás niños y sobre todo practicar deporte: me pusieron en un cuarto con un vaporizador, me dieron medicinas muy fuertes que me cambiaron la voz... ¡estupendas, las medicinas de los años 1946-1947!", bromea el director neoyorquino.
Destacando en su butaca, como un diablo larguirucho salido de su caja, su compatriota Quentin Tarantino, con una camiseta de Batman y sonriendo como un crío, escucha prestando mucha atención.
"Mis padres eran de un medio popular, en mi casa no se leía y lo único que podían hacer era llevarme al cine".A medida que va contando, el hijo de emigrantes italianos, retratista de mafiosos inolvidables en "El padrino" (Uno de los nuestros) y de brillantes marginales en "Taxi Driver" o "Raging Bull", se pone a hacer confidencias.
"A fin de cuentas, creo que mis vínculos con el cine y las películas pasan por mi relación emocional con mis padres: como no conseguía decirles lo que sentía, vivía mis sentimientos hacia ellos a través de las películas a las que me llevaban", dice.
"En un sentido, pienso que nunca lo he superado y esto me dio la obsesión emocional de dar gusto a mis padres. Además, a ellos les gustaba las películas que yo hacía, la mayor parte en todo caso"."Este vínculo emocional es el que ha hecho que siga haciendo películas", agrega.
A la edad de 11 años, el pequeño Marty contrae una bulimia cinefílica que le conduce a "entrar en un cine, ir a otro, y a otro y a otro más" para ver sus películas fetiches: "The Big Heat" (Los sobornados), de Fritz Lang, estrenada en 1953, o "Al Este del Edén", de Elia Kazan, el año siguiente.
"Me gustaba tanto la puesta en escena, la interpretación de los actores, la historia, que desarrollé una obsesión casi religiosa por 'Al Este del Edén'", dice.
"Todas estas películas las coleccionas en tu espíritu y en tu corazón y la obsesión se vuelve peligrosa. Lo necesitaba todo, las fotos, el cartel de la película... Más adelante, tuve necesidad de hacer películas, necesidad de hacer 'Ciudadano Kane' exactamente igual como Orson Welles hizo 'Ciudadano Kane'".