SANTIAGO.- El escritor chileno Jorge Edwards cree que la civilización debe desconfiar de quienes no disfrutan de la belleza de la literatura y apoya sus temores en un hecho borgeano que revela: las bibliotecas de Fidel Castro y Augusto Pinochet eran idénticas y ambas exiliaban poesía y prosa de su catálogo.
Para el ganador del Premio Cervantes, el "Nobel" de las letras iberoamericanas, "hay que tener cuidado" con estos personajes que ven en el arte una bifurcación peligrosa del mundo.
De hecho, las obras de Edwards fueron prohibidas por los regímenes antípodas de Cuba y Chile en la década de 1980. Un mérito inaudito en los tiempos pendulares de la Guerra Fría.
El autor de "Persona non grata" recordó para dpa su primer e inesperado contacto con las bibliotecas de Castro, durante su estada de tres meses en la mayor de Las Antillas, como agregado cultural del gobierno socialista de Salvador Allende (1970-1973).
"Vi dos. Una que tenía de joven, en una casa que todavía la conservan como reliquia. La otra estaba en una cabaña a la que fui invitado con marinos de la Esmeralda", el buque insignia de la armada chilena.
"Había libros de historia, ciencias naturales, oceanografía, viajes y navegaciones, al igual que Pinochet que tenía pura historia militar, biografías y mapas", detalla.
"Lo de Pinochet -sincera- lo supe porque una bibliófila que conozco, Berta Concha, fue comisionada por un juez para que inventariara sus libros y después me contó".
Según Edwards, Castro recelaba de los escritores y creía que eran el sector más atrasado de la revolución. "Tenía mala relación con la poesía y el mundo del arte le producía una cierta aversión, le molestaba", opina.
Tras esa incompatibilidad está el origen de la pelea soterrada entre Fidel Castro y el poeta comunista chileno, Pablo Neruda. "Nadie entendía que tuvieran tan malas relaciones", confiesa Edrwards, amigo personal del Premio Nobel desde 1952 hasta su muerte en 1973.
De hecho, el vínculo hace crisis en 1966 cuando un grupo de intelectuales cubanos firman una dura carta contra Neruda, acusándolo de alejarse de los principios revolucionarios.
"Neruda -revela Edwards- sabía perfectamente que esa declaración era ordenada por Fidel Castro, porque esos escritores jamás se iban a atrever a atacar a un connotado comunista chileno si no había luz verde de arriba".
"Pero detrás de esa misiva había una crítica al Partido Comunista chileno, por su reformismo. Fidel no quiso hacer una crítica directa y lo hizo a través de una de sus figuras emblemáticas", insiste.
Pero el distanciamiento con la literatura también le preocupa en los escritores jóvenes. "A veces ellos quieren triunfar muy rápido y optan por saltarse la etapa previa, que es la lectura", recalca.
Agrega que hoy los "aspirantes" a novelistas creen que hay mucho dinero en la literatura y actúan con una prisa creativa que "creo que es mala". La literatura es un misterio que no se puede forzar, por lo que hay que respetar el ritmo de cada obra, añade.
Sobre lo mismo, Edwards cree que la intención de salvarse solos de los actuales escritores complota contra la posibilidad de que surjan nuevas vanguardias con sueños comunes. Pero también impide una mirada comprensiva de este arte. "A veces los jóvenes creen que todo comenzó con Roberto Bolaño", ríe.
Acepta que esa suposición es hija de la querella eterna entre la tradición y la ruptura, de la que hablaban Apollinaire, Octavio Paz y Jorge Luis Borges, entre otros.
"En América Latina -se resigna- suponemos que siempre hay que partir de cero, como sucede con Hugo Chávez en Venezuela".
"Pero la verdad es que las generaciones nuevas no destruyen nada, sólo traen nuevas sensibilidades. De hecho, la idea del progreso es completamente antiliteraria. ¨Hemos progresado acaso desde Cervantes? Como novelistas, no", reconoce.
Aún más confiesa que sus últimos libros lo han llevado a un viaje a las prácticas creativas de los escritores del siglo XIX. Tanto en "El inútil de la familia" publicado en 2006 como en "La casa de Dostoievsky" que prepara ahora intenta comprender a los protagonistas entendiendo sus lecturas.
"Me gustó mucho actuar como un novelista del siglo XIX", confiesa y detalla las lecturas y entrevistas que ha hecho para construir a sus personajes.
En el fondo, confiesa que intenta construir la literatura desde la literatura, aunque admite que en ambas novelas hay un cruce permanente con la realidad, lo que para él es inevitable en los escritores urbanos.
"Por eso tal vez nunca me sentí muy identificado con el realismo mágico, sus selvas maravillosas, sus mujeres que levitan o sus cien años de lluvias", admite.
"Yo soy un escritor urbano, en que las historias buenas están detrás de la apariencia", remata.