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Hijo del download

11 de Junio de 2007 | 00:00 |
Cristina Hynde

Otro look, las mismas prequeñas canciones (foto: archivo Cristián Soto L).

Ante su figura enjuta, su timidez evidente, el casi susurro de su canto, puede parecer no a lugar atribuirle a José González más representación que la de su sencilla y austera cantautoría. Pero es probable que el argentino-sueco que la noche del sábado encendió sin chispas ni artificios el escenario del teatro Normandie sea el símbolo ideal para plantear asuntos complejos sobre el actual curso de la música popular (o de parte de ella) en el Primer Mundo.

La inesperada biografía de González —un hijo de exiliados mendocinos nacido y críado en Gotemburgo, Suecia, y con un doctorado incompleto en bioquímica— se corresponde con un trayecto musical que quizás a los ojos de un observador, digamos, "noventero" parecería pura esquizofrenia: afición por la nueva trova cubana en su casa (su padre llegó a tener un grupo de folclore argentino), despegue al mundo del hardcore en sus primeras bandas juveniles, colaboración con algunos músicos electrónicos de Suecia (más llamativamente, The Knife, quienes le cedieron "Heartbeats", el cover-hit del comercial de Sony) y un primer álbum solista, Veneer (2003), construido con la voz de la bossa nova más quieta, el punteo sobre cuerdas de nylon aprendido de Silvio Rodríguez, y el ánimo concentrado en el folk hermoso y sin tiempo de gente como Nick Drake. Es la diversidad que hoy marca a cualquier músico despierto e hijo del download.

González es el cantautor que toma de donde le conviene, sin prejuicio alguno, y luego elige encauzar esas influencias en un resultado sobre el cual se esfuerza por tener el mayor control posible. Incluso el formato de banda le incomoda a su austeridad fundamentalista. Si hay que percutir, basta con la palma sobre la madera de la guitarra. Si hay que elevar el volumen, pues que el punteo se haga más veloz. Incluso los guiños de humor son contenidos (su magnífica versión para un tema de Kylie Minogue, por ejemplo; uno de los tres covers de la noche), y el dudoso dogma de la debida comunicación con el público queda relegado ante esta construcción de traje de emotiva identidad autoral. Unos "gracias" sueltos con acento ché, los ojos cerrados, la inclinación justa de cabeza: quizás la riqueza de José González esté en cómo hace aparecer tan sencillo y pequeño lo que, en el fondo, es la síntesis en extremo frágil de un talento de trama abigarrada.
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