Gilberto Ponce
El sexto concierto de la temporada de la Orquesta Sinfónica de Chile sólo vino a ratificar nuestra afirmación sobre la notoria irregularidad de cada una de las presentaciones de la agrupación universitaria.
La Sinfónica ofrece un concierto brillante al que luego le sucede otro que plantea grandes dudas de todo tipo. Sobre todo considerando en su historial algo que es incuestionable en esta orquesta: su profesionalismo, calidad y musicalidad.
Los resultados del concierto anterior junto al mismo director Stanley DeRusha distan mucho de los de esta presentación, que consultaba sólo obras de Johannes Brahms, como homenaje en un aniversario más de su muerte.
El acercamiento que el director tiene a Brahms nos parece muy poco claro. Sobre todo en el ámbito de los pulsos, los que en momentos se vuelven erráticos, confundiendo a los músicos y provocando desajustes. En el ámbito de los balances y fraseos, tampoco nos parecen ser los más adecuados.
Esto ya se evidenció en la hermosa “Obertura trágica” Op. 81, que abrió el programa.
Luego de un comienzo muy prometedor, donde escuchamos un bello sonido orquestal y pulsación enérgica, éste se fue diluyendo, alejándose del espíritu dramático de la obra. Esto porque en las secciones más lentas se perdió la sustancia emocional, afloraron desajustes y sonidos poco amables en algunos instrumentos. En compensación rescataremos el hermoso sonido de las cuerdas logrado en algunas secciones.
Las dudas de los solistas
No es frecuente escuchar en nuestras salas de concierto, el “Doble concierto para violín, violonchelo y orquesta”, Op. 102, obra que las dificultades técnicas suma una enorme dificultad de interpretación, tanto para los solistas como para la orquesta, exigiendo un director que tenga una visión unitaria de ella.
Dos destacados solistas chilenos, con un abundante currículo en el extranjero, enfrentaron el desafío. En este caso quedaron en deuda, tanto con la obra como con el público, pues pensamos que esta presentación no se condice con sus pergaminos.
¿Sólo un mal día?, no lo sabemos, pues las abundantes desafinaciones, fraseos y enfoque poco claros, sólo consiguieron dejar perplejo a gran parte del público, desconcertado con su desempeño.
Álvaro Parra, violinista que en la actualidad es Concertino de la Orquesta de Cámara de la UC, mostró un sonido pequeño, no siempre afinado, áspero y a veces poco grato. El cellista Emmanuel López, tiene más sonido, pero sus fallas de afinación junto a fraseos poco nítidos ensucian la presentación. Además luego de su inicio desafortunado, le costó mucho encontrarse con el espíritu de la obra.
El trabajo de ambos sólo tuvo la unidad requerida en ciertos momentos y pareciera que el enfoque de uno difiere del que tiene el otro. Pensamos que una mayor cantidad de ensayos habría solucionado esta dificultad.
La dirección no fue aporte para el resultado general, ya que sus pulsos poco claros provocaron desajustes tanto en la orquesta como con los solos. Nada del entramado polifónico que enlaza las frases de los solistas con el conjunto fue percibido, pues a veces, parecieron fragmentos independientes entre sí.
Sólo rescataremos el lirismo y el mejor resultado general del segundo movimiento. Ahí se advirtió una mayor cohesión grupal como algunos momentos de buen sonido orquestal.
Si bien en el tercer movimiento final la afinación de ambos mejoró en forma importante, su respuesta al carácter de las frases orquestales, aunque musical, no fue la correspondiente a lo planteado por todo el conjunto.
Una interrogante no musical, ¿a qué se debe la informalidad en la vestimenta de los solistas, cuando toda la orquesta, estaba vestida de gala?
La “Sinfonía N° 4 en Mi menor” Op. 94 cerró el programa. Afortunadamente los movimientos finales lograron un nivel cercano a lo habitual en el conjunto universitario, pero persistieron los fallos en la fila de los cornos, y algunas descoordinaciones entre familias.
Da la impresión de que la afinidad entre este director y la orquesta no fue la suficiente como para obtener mejores resultados en su visita. También pensamos en la necesidad que el conjunto cuente pronto con un director titular que vele por su rendimiento en forma constante.