Versión en inglés de esta noticia
En los años sesenta oí por primera vez la voz sublime y única de Maria Callas. Mientras escuchaba su grabación con arias de Puccini, sentía que esta voz entraba súbitamente en mi vida. Era una gran artista, que revolucionaba el mundo de la ópera al crear un nuevo estilo, una nueva necesidad que hasta entonces no existía: la actriz-cantante. Escucharla me enseñaba cómo transmitir las emociones, cómo crear una atmósfera, cómo estar presente en la vida de los demás a través del arte. Aunque se trataba sólo de una grabación.... fue como si la viera ante mí. Pude ver en ella las fuertes emociones que transmitía; así de fuerte era su presencia mezclada con las vibraciones de las ondas de la música.
De esa manera entró Maria en mi vida cotidiana. Desde entonces busqué todas partes sus grabaciones y ella se convirtió en mucho más que una artista admirada. No era un ídolo para mí. Era mucho más. Ella no sabía que, escuchándola, habíamos creado una profunda amistad. La conocí sin conocerla, la pude entender profundamente sin hablar con ella ni una palabra.
La afrenta
El año 1951, cuando nací, Maria vivía sus gloriosos éxitos en la Scala de Milán. No podía imaginar, siendo estudiante, que en 1976 podría conocerla personalmente. Jamás habría podido creer entonces que esta gran artista —que brillaba en las esferas celestes, en ese mundo de leyenda donde viven las divinidades griegas que rara vez vienen a la Tierra— un día de otoño caminaría hacia mí en su lujoso departamento parisino, vestida completamente de negro, elegante y bella, misteriosa.
Me estrechó la mano, preguntándome con una voz un poco irritada:
—Entonces..., ¿tú eres la nueva Callas?
Fue como despertarse de un sueño profundo. Su presencia no sería más un cuadro brillante de fantasía imaginativa, sino la pura realidad.
Podía ver sus ojos profundos. Una mirada inquietante que interrogaba. Una mirada decidida, fuerte y directa. Pero al mismo tiempo difícil. Una mirada que daba miedo. Ante ella me sentí muy pequeña, como delante de una fuerza sobrehumana, volcánica. Y yo, una pequeña flor apenas abierta. Sentí que Maria podía ver las cosas escondidas, tal como ocurre con las búsquedas arqueológicas donde se descubre el pasado que los siglos han enterrado. Una ciencia en la que reina una sabiduría misteriosa y profunda, que entra en el corazón. Ella era capaz de ver las vibraciones sutiles; lo que nadie antes pudo ver.
También vi en sus ojos la inseguridad. Una tristeza infinita y, al mismo tiempo, una pasión de búsqueda respecto del arte. Nunca estuvo satisfecha con los resultados conquistados. Era una verdadera investigadora permanente, que quería descubrir, más y más, la verdadera voluntad, la verdadera motivación del compositor. Ella quería transmitir su humildad, su sed por encontrar la llave... cómo pronunciar una palabra, cómo encontrar un color verdaderamente justo. Un color sincero.
Cantando “Aida’’ con Bernstein
Pero debo contar los hechos. Cómo fue posible este encuentro con Maria Callas en el año 76, cuando ella ya no quería ver a nadie. Estaba prácticamente recluida en el departamento de calle Georges Mendel, un lugar que recuerdo como el más solitario del mundo, viviendo con dos perritos que trataba en un momento con tanta ternura y al siguiente como dos cosas que molestan.
La historia comenzó en Viena. Yo tenía un contrato para cantar “Aida’’ (Verdi) en la Staatsoper, dirigida por Leonard Bernstein.
Ese año, Bernstein había resuelto grabar todo el año sólo Beethoven; así, le pidió a la dirección de la Staatsoper cambiar “Aida’’ por “Fidelio’’. Como la Staatsoper se encontraba en una situación un poco delicada, dijo que nos reuniéramos para hablar del asunto. Así fue. Me pidieron viajar de Budapest a Viena, donde Bernstein alojaba en el Hotel Sacher, uno de los más prestigiosos de la ciudad. Ahí él tenía una suite enorme.
Entré en una de las habitaciones donde había un gran piano. Prontó llegó Bernstein, con su sonrisa abierta y cordial. En su mano, una copa.
Después de algunas frases muy gentiles, espontáneamente comenzó a tocar el piano y cantamos juntos el último duetto de “Aida’’ (sin partitura). Fue muy natural. Como si todos los días jugáramos juntos, sintiendo los pequeños ritardamenti, como si no fuera necesaria ninguna palabra. Podíamos volar juntos sobre las ondas de la música sin tener miedo de caernos.
Debo confesar que por mi naturaleza tan tímida, no podía creerlo ni yo misma. Cómo era posible que no tuviera miedo delante de él, uno de los más grandes músicos del mundo. Todo era tan simple y claro. Era evidente: una alegría casi infantil de hacer música juntos.
Más tarde él me propuso cantar en su producción de “Fidelio’’... Ya “Aida’’ era un rol uno poco riesgoso para mí, que tenía sólo 25 años. Pero como estaba feliz de poder debutar en la prestigiosa Staatsoper no osé decir que no. Pero “Fidelio’’ es verdaderamente una parte de las más difíciles. Le respondí con toda sinceridad que no me sentía preparada para tomar esa responsabilidad tan pesada y compleja. Él respetó mi opinión.
Estábamos sentados junto a una pequeña mesa cuando me dice:
—Te pareces a la Callas... tanto como si fueses su hija. ¿Quieres verla?
Yo, sorprendida de esta frase, casi no pude contestarle, pero después de un instante respondí:
—Sí, sí, sí, sería un gran honor.
Él me prometió organizar todo. Quería que fuéramos juntos a ver a Maria cuando él estuviera en París haciendo una grabación. Y que con nosotros fuera algún periodista importante.
Cantaba en Salzburgo en el Festspielhause cuando el secretario de Bernstein me llamó diciendo que Maria Callas aceptaba este encuentro, pero que no quería ningún periodista. Ella aceptaba que sólo mi marido fuera conmigo.
“Tosca es demasiado fácil’’
Llegué a París. Me quedé en el hotel Crillón, uno de los más hermosos de la ciudad, donde también estaba Bernstein. Él buscó una pianista de la Ópera de París que pudiera acompañarme en caso de que debiera cantar ante la Callas y también un auto que me llevara hasta el edificio de avenida Georges Mendel. Debería esperarme hasta que terminara para volver luego al hotel. Como Bernstein estaba en el estudio de grabación, me dijo que durante la pausa iría él también.
Y ahí estaba yo, delante de su casa. Subí en un ascensor de fierro con una decoración rica en ornamentos florales. Podía ver a través de las rejas. Así llegué al lugar donde vivía esta mujer que para mí casi no era un ser humano.
Se abrió la puerta y apareció un señor vestido con librea que me condujo a un salón. Luego apareció ella, bellísima, elegante, con un comportamiento de reina. Y me dijo de inmediato, en inglés, esa frase que de inmediato me dejó tan complicada: “Entonces... ¿eres tú la nueva Callas?’’. Cuando canté “La Traviata’’ ese mismo año en el Festival de Aix-en-Provence los periodistas me llamaron “la nueva Callas’’... Naturalmente ella se sentía ofendida... pero no era culpa mía... yo no lo había inventado.
—¿Qué cosas trajiste para cantar conmigo?
—Arias de “Tosca’’...
—Es demasiado fácil— respondió.
Vimos mis partituras y ella misma escogió el aria del primer acto de “La Traviata’’. Pero ella no quería verme mientras cantaba, sino sólo escucharme, de manera que permaneció en otra habitación. En esos momentos llegó Bernstein.
Ella estaba tan feliz de verlo. Súbitamente empezaron a hablar en tono de complicidad. Maria se dirigía a él como si fuera un niño: “Trabajas mucho’’, le decía. Se veía que existía una amistad profunda y sincera entre ambos.
Mientras yo comenzaba a cantar el recitativo de Violetta, ellos continuaban hablando.
Reconozco que me sentí ofendida... Entendía que para ellos su encuentro era un instante precioso... pero a la vez me habían dicho que cantara... Pensé que era necesario un poco de respeto.
Llegaba ya esa frase: “Sola, abbandonata, in questo popoloso deserto che appellano Parigi’’ (Sola, abandonada en este populoso desierto que llaman París). Le dediqué a ella esta frase con fuerza y rabia. Luego “che spero or piu, che far degg’io’’ y entonces dejaron de hablar. Venía el aria y me escucharon con toda su atención.
“Me sentí como una copia’’
Después Bernstein debía partir.
Nos quedamos ahí, las dos. Ella comenzó a trabajar conmigo, diciendo:
—Si cantas así las dos primeras palabras, “E strano, e strano’’, el público se quedará dormido.
Repitió dos veces, tres veces, cómo debía yo hacerlo. Me mostraba un crescendo, pero yo lo sentía de distinta manera. Para mí, Violetta no entiende qué sucede con ella. Después viene la excitación. Verdi lo escribió así, de tal modo que la tensión aumenta sola. Para mí, no es necesario cantar esas palabras con más fuerza...
No estábamos de acuerdo, pero ella insistía. No estaba contenta. De modo que lo hice como ella imaginaba. Así me sentí como una copia y supe que debía poner atención porque Maria ya tenía una influencia fuerte sobre mi arte. Sentí que si continuaba por ese camino perdería toda mi seguridad, que ya era muy frágil. Debía cantar justamente este rol pocos días después en Hamburgo.
Y le dije:
—Muchas gracias por haber podido estar aquí. Para mí significa tanto. Pero ahora debo partir...
Y Maria, cambiando totalmente a cómo me trataba al inicio, me respondió:
—Finalmente he encontrado a alguien que me entiende en profundidad, a quien puedo darle instrucciones que nadie comprende... y esa persona quiere partir...
Le expliqué por qué:
—Es por miedo. Si se me corta mi seguridad, no seré capaz de cantar este rol.
Entonces ella fue otra.
Esa barrera que Maria construyó como protección en torno a sí misma se derrumbó. No tenía más necesidad de ella. Se dio cuenta de que yo estaba ahí con todo mi respeto y también con todo mi amor por ella.
Se transformó en una persona dulce, comprensiva y me comenzó a hablar como a una joven colega. Estuve con Maria más de cinco horas. Si el señor que me esperaba abajo con el auto no hubiera tocado la puerta, quizás todavía estaríamos allí discutiendo con pasión cómo interpretar los roles. Me enseñó tanto en esas horas. Y me propuso ir a París todos los meses para trabajar juntas. Me siento culpable por no haberle escrito después... pero no pude hacerlo. No porque no quisiera, sino porque la situación política de la época en Hungría no lo permitía. Tampoco tenía suficiente dinero para viajar a París. Temí perder mi personalidad delante de esa fuerza increíble.
Tocaron luego a la puerta. Era el taxista que me preguntaba cuánto tiempo más debería esperar.
Ella misma me abrió la puerta. La veo todavía delante de mis ojos... Es quizás la única imagen que ha permanecido tan fuerte en mi interior.
Bajo en el ascensor, miro hacia arriba y la veo en la puerta, haciéndome pequeños gestos con sus manos... un gesto de adiós para siempre.
La mensajera
Hubo un artículo en la revista “Opera’’ de Londres, escrito por Alain Sievewright. En esa entrevista ella habló de este encuentro y decía que esperaba que yo hubiera podido comprender el mensaje.
No hay suficientes páginas para contar todos los detalles de lo que viví entonces. Una esencia tan fuerte que cambió toda mi vida. No sólo artísticamente.
Para mí fue una verdadera advertencia. Ella me subrayaba una frase: “No quebrar el alma en dos partes’’. Ahora pienso cómo veía ella mi futuro... que yo también cometería los mismos errores. Sacrificar mi vida privada, sin quererlo verdaderamente, sobre el altar del arte.
El día 16 de septiembre de 1977 cantaba “I Lombardi’’ en la Opera de Sofía (Bulgaria). Todo el teatro sabía que Maria había muerto. Construyeron un muro de protección en torno a mí... Sólo después de la función un amigo me dio dulcemente la noticia. Él sabía que para mí sería un golpe enorme, como perder a alguien de la familia. Grité:
—¡¡¡¡Noooooo!!!! No quiero que mi vida sea así.
Después de muchos años comprendí lo que significa ser una mensajera. Como ese hombre de la Marathon que no pensaba en sí mismo. Seguramente sentía cansancio, pero no se detuvo y tomó aliento otra vez porque debía entregar, costara lo que costara, ese mensaje. Un mensaje que al final le costó su propia vida. Así se convirtió en un símbolo. Y así fue la vida de Maria Callas.
Un regalo de Dios para ella que ella, como una “umille ancella’’ (“humilde sierva’’, palabras del aria de entrada de “Adriana Lecouvreur’’), nos regaló a nosotros. Un mensaje eterno que todavía hoy vibra como el eco de su alma.
Con esa voz sublime podemos volar hacia esas esferas divinas donde se escucha, como un himno infinito, “Casta Diva’’.
Destacados:
Leonard Bernstein a Sylvia Sass: “Te pareces a la Callas... tanto como si fueses su hija. ¿Quieres verla?’’.
“Finalmente he encontrado a alguien que me entiende en profundidad, a quien puedo darle instrucciones que nadie comprende... y esa persona quiere partir...’’, dijo Maria Callas a Sylvia Sas.
Callas a Sass: “Si cantas así las dos primeras palabras, “E strano, e strano’’, el público se quedará dormido’’.
Maria Callas y Sylvia Sass en "Vissi d’arte" de la opera Tosca.
Callas y Sass interpretaron a Lucía en "Lucia di Lammermoor"