Gilberto Ponce
La Temporada de Cámara que está organizando el Instituto de Música de la UC en el Centro de Extensión de la esa casa presentó esta vez un programa dedicado a dos obras de Franz Schubert. Estuvo a cargo del Cuarteto Iniesta, conjunto que ya cuenta con cinco años de actividad en la música de cámara.
Sus integrantes son Álvaro Parra (primer violín), Héctor Viveros (segundo violín), Rodrigo Pozo (viola) y Cristián Gutiérrez (chelo). Para la segunda obra del programa, el cuarteto de cuerdas sumó al destacado chelista Edgard Fischer.
Sin duda podemos afirmar que la música de cámara de Schubert es de una enorme expresividad y belleza. Se puede intuir en ella parte de la trágica vida de su autor, que es casi un paradigma de lo romántico.
El programa consultó el “Cuarteto en La menor” D. 804, llamado “Rosamunda” porque ocupa uno de los temas de la música incidental para el drama del mismo nombre que escribiera el mismo Schubert. Además incluyó el bellísimo “Quinteto en Do mayor” D. 956. En esta última obra contó como invitado en el segundo chelo a Edgar Fischer.
Iniciaremos nuestro análisis con este quinteto que concentró todas las bondades propias de una interpretación de excelencia. Desde el primer movimiento se escuchó un poderoso y bello sonido que nos condujo al carácter serenamente trágico de la obra, donde cada voz es al mismo tiempo dependiente e independiente, lo que obliga a un total afiatamiento de los músicos.
Cada melodía fue tomada con la justa delicadeza y traspasada de instrumento en instrumento con exquisita musicalidad, conservando en todo momento los balances y haciendo un uso espléndido de las progresiones dinámicas. Algunos de los movimientos lentos de las obras de Schubert son dolorosamente hermosos. Esto es precisamente lo que ocurre con el “adagio” de este quinteto. Sólo podemos decir que la conmoción que provocó en el público se debe a una inspirada interpretación.
En la primera sección, el tema central a cargo del violín segundo, la viola y el segundo chelo, al que se contraponen las figuraciones del violín primero y el otro chelo, fueron de una íntima expresión. Contrastó fuertemente con la expresión trágica de la sección central, la magia conseguida y dejó en suspenso al público cuando concluyó.
El “scherzo” con que se inicia el tercer movimiento fue de musical energía y carácter, con fuertes contrastes dinámicos, el trío, la dramática sección central del movimiento, mostró claros diálogos en las voces.
El carácter danzante del movimiento final “allegretto”, con sus acentos y contrastes, confirmó los valores de una interpretación del mejor nivel. El público sólo pudo responder con justas ovaciones.
Muy diferente a lo ocurrido en esta segunda parte con la que comenzamos fue el comienzo del concierto. Ahí se escuchó el “Cuarteto Rosamunda” en La menor. Creemos que le faltó madurar, pues se vieron fallas tanto en afiatamiento como en afinación. Los balances fueron disparejos y el sonido áspero en los “forte”.
En el primer movimiento se logró mayor calidad sonora sólo al retomar el tema con que éste se inicia. En el segundo, luego de una hermosa exposición del tema (Rosamunda), el desarrollo fue un tanto confuso. El dramático “minuetto” del tercero, se contrastó mejor con el trío, en cuanto al manejo de fraseos.
El “allegro moderato” con que concluye el cuarteto, se acercó al carácter en su primera parte. Y se logró con creces en la sección central. En verdad cuesta comprender una diferencia tan grande de interpretación para estas dos obras, si consideramos que participaron casi los mismos intérpretes. De todas maneras se agradece el poder escuchar en vivo obras de tanta belleza, y que tienen tanta convocatoria de público.