Gilberto Ponce
El excelente nivel mostrado por el director español Álvaro Albiach en su primer concierto fue ampliamente ratificado en su última presentación junto a la Orquesta Sinfónica. Esta presentación sirvió además para mostrarlo como un director de gran versatilidad y mucho oficio en el manejo de obras sinfónico corales.
No dudamos que el producto de sus presentaciones es el resultado de acuciosos ensayos y un gran estudio y conocimiento de las obras que aborda. En esta oportunidad volvió a obtener de la orquesta estupendos resultados, entre los que destacaremos el bellísimo sonido de cada una de las familias.
La “Obertura de la ópera Hansel y Gretel” de Engelbert Humperdinck fue la primera obra de la jornada. Es una pieza de importantes dificultades instrumentales, donde los bronces tienen que tocar en todo el espectro dinámico, mientras que para todo el resto existen muchos cambios de tempi y de carácter.
La versión de Albiach se enfoca en los elementos descriptivos, que después aparecerán durante la ópera. Para ello consigue de la orquesta brillo y sombras, y un permanente estado de alerta frente a los múltiples cambios. Éste fue su primer triunfo.
Para conseguir una gran interpretación del “Concierto para arpa y orquesta, en Mi menor” Op. 182 de Carl Reinecke, era preciso contar con un solista de primer nivel y un director que sepa extraer los valores de una obra poco conocida que demanda una fina interpretación. Esos son Manuel Jiménez y Álvaro Albiach.
El tratamiento que el autor da al arpa a ratos es comparable al de un concierto para piano. Hace tocar al solista todo tipo de diálogos, tanto con pequeños grupos de instrumentos como con el tutti orquestal.
Manuel Jiménez tocó de memoria y con gran aplomo y seguridad, dando cuenta en todo momento de su notable musicalidad. Álvaro Albiach manejó siempre los balances sonoros (debemos señalar que la orquestación cuenta con cuatro cornos y dos trompetas, además de percusión), haciendo resaltar los contrastes de timbres de las familias con el arpa en medio de certeros fraseos.
A la coda de Jiménez del primer movimiento sólo le cabe el calificativo de brillante.
El segundo movimiento, que cuenta con un acompañamiento a la manera de un coral primero en corno (excelente) y luego en las cuerdas, es de una belleza enorme. Aquí el solista hace toda clase de figuraciones, de gran dificultad. Y todas resueltas estupendamente.
El tercer movimiento tiene un carácter un tanto español. Sólo ratificó las bondades expuestas en las partes precedentes. Ante un público que paró de aplaudir, Jiménez ofreció como encore, una obra donde derrochó musicalidad.
Anton Bruckner fue el autor que cerró la noche, Primeramente fue la “Obertura de Concierto en Sol menor”, obra brillante que recuerda a veces a Wagner y a otros autores. Es compleja y exigente para la orquesta, en cuanto a los contrastes y progresiones dinámicas. Pero todo se resolvió brillantemente por el director y la orquesta.
El “Te Deum” para coro, solistas y orquesta, del mismo Bruckner, cerró la velada,. Esta obra es de una gran exigencia para las voces del coro, mientras que para los solistas, únicamente el tenor presenta dificultades, pues el resto tiene partes más breves.
El Coro Sinfónico de la Universidad de Chile, muy bien preparado por Hugo Villarroel, cantó con gran musicalidad y una afinación cercana a la perfección, con un uso maestro de los conceptos dinámicos. Recordamos unos pianissimos de notable belleza y expresión, así como la fuerza necesaria en todas aquellas partes que lo requerían.
No es posible establecer categorías de rendimiento entre las cuerdas, pues todas lo hicieron en gran forma. Los solistas, correctos en general. A la soprano Carolina García le hemos escuchado mejores presentaciones. Estuvo muy correcta y afinada, pero sin ese plus de musicalidad que la destaca.
La parte de la contralto no reviste mayores dificultades y es casi un relleno armónico, bien cantado por Marisol Hernández. El tenor Leonardo Pohl tiene una parte más exigente y creemos que en esta oportunidad sus medios no le acompañaron. Especialmente en los agudos, donde mostró flaquezas importantes.
Es musical, pero para esta obra la tesitura es importante, al bajo Leonardo Aguilar le faltan precisamente esas notas: las graves. Aunque trató musicalmente de alcanzarlas, contando para ello con el auxilio orquestal, no lo logró.
El enfoque del director elude la tentación de lo exultante, en privilegio de lo musical y un profundo sentido religioso, consiguiendo planos sonoros y balances de gran calidad. Sacó a relucir tanto frases de la orquesta como del coro, o bien en los concertatos con los solistas.
En suma, fue el triunfo de la música por sobre la pirotecnia, que es la característica de Álvaro Albiach, el notable director español que visitó nuestro país, y del que esperamos tenerlo en otras temporadas.