Gilberto Ponce
En lo que parece el inicio de su carrera como director de orquesta, nuestro afamado pianista Alfredo Perl dirigió y tocó piano en el último programa de la Temporada de la Fundación Beethoven que se realiza en Teatro Oriente de la capital.
Junto a la excelente Orquesta de Cámara de Chile, el músico dio amplias muestras de talento tanto en la batuta como en el teclado. Su carrera musical le ha llevado por diversos estilos, por lo que no es extraño haberlo visto tan certero en este aspecto. Su acercamiento a los autores clásicos es del mejor nivel.
Wolfgang Amadeus Mozart abrió y cerró el programa, mientras que una sinfonía de Haydn ocupó la parte central. Una de las tantas, pero no muy conocida Aria de Concierto, para soprano, piano y orquesta inició la presentación. Se trata de “Ch´io mi scordi di te…non temer, amato bene” y corresponde al K. 505, siendo escrita sólo cinco años antes de su muerte como producto de unos de sus tantos enamoramientos, una soprano inglesa.
María José Brañes, fue la solista y el mismo Alfredo Perl al piano, fue su contraparte.
El aria transita por los diversos estados de una relación amorosa, lo que involucra muchos cambios de tempi, cuestión muy bien resuelta por Perl, dirigiendo desde el piano.
Para la soprano, la exigencia está en la interpretación, más que en lo vocal. María José Brañes cantó en bella forma y muy expresivamente, dialogando graciosamente con el piano y logrando momentos de gran finura.
El acompañamiento orquestal fue ajustadísimo, con un sonido muy bien balanceado, ataques precisos y musicales que contribuyeron al éxito de la obra, que fue largamente aplaudida por el público.
De Franz Joseph Haydn se escuchó la “Sinfonía N° 103 en Mi bemol mayor”, conocida también como “El redoble del timbal”. Es una de las más hermosas sinfonías escritas en Londres.
Con pulso seguro, gesto claro y una indudable musicalidad, Perl llevó a la orquesta por los caminos del clasicismo. La orquesta respondió con hermoso sonido, a todos los cambios tanto de tempi como de carácter, así como a todas las inflexiones dinámicas, logrando fraseos de lujo que se repitieron a lo largo de todo el concierto.
Del primer movimiento mencionaremos el cambio de carácter entre la introducción y el desarrollo desde lo oscuro a lo lúdico. Del segundo, la claridad de frases y la gracia de las figuraciones. Y entre las partes instrumentales solistas, destacó el brillante solo de violín.
Del “Minueto” y tercer movimiento, los diálogos de las cuerdas con el corno y maderas, de gran musicalidad, ¿cómo olvidar la elegancia del trío de este movimiento?
Suma de las virtudes anteriores fue el cuarto y final, donde tanto la orquesta, como el director, parecían gozar de la música que realizaban, así como de los resultados obtenidos.
El “Concierto para piano y orquesta N° 25 en Do mayor” de Mozart, cerró una brillante jornada. Desde la brillante introducción del primer movimiento y el manejo dinámico y fraseos de notable calidad, con una orquesta atenta a los más mínimos cambios de tempi que pudiera señalar el pianista director, manteniendo siempre musicales diálogos con el solista.
La cadenza del piano fue de gran expresividad y belleza. El “Andante” fue hermosamente fluido, de claras articulaciones tanto en la orquesta como en el solista, conservándose siempre los equilibrios sonoros.
La elegancia del movimiento final, con sus juegos de contraste en el que Perl continuó mostrando su digitación, articulaciones y fraseos perfectos, y con una orquesta que solo quería rendir el máximo, para obtener mancomunadamente, un rotundo éxito, que fue coronado con las largas ovaciones de un público, que disfrutó al contemplar el inicio de la carrera como director de Alfredo Perl.