A esta altura de su carrera, Andrés Calamaro se ha convertido en un Lenny Kravitz latinoamericano.
O sea, un compositor que vive de las rentas que otorga la recreación de distintos estilos musicales: funk, rockabilly, blues, boleros, tangos. Hay que agregar, además, las citas que hace a su propio repertorio: aquí están, intactas, algunas melodías estrenadas con su grupo Los Rodríguez y mucho del tono popero que caracterizó al exitoso "Alta suciedad".
Calamaro, claro está, tiene derecho a componer y producir como quiera. Lo que resulta inaceptable es que además pretenda envolver todo esto en un paquete discursivo como el de "El salmón", que reivindica, hasta la náusea, la vida de los que no encajan, los que eligen el lado más difícil.
Musicalmente, pocos autores conocen aguas tan tranquilas como las que navega el argentino. Independiente de esa flagrante contradicción, el disco es pegajoso, atractivo y lleva en sí más de un par de probables éxitos radiales.
Paula Molina
