Ocurrió en Liverpool en el 63 con Los Beatles, en Londres el 77 con Sex Pistols, y en Seattle hace diez años con Nirvana. Casi todas las bandas de esas ciudades obtuvieron en su momento, por el sólo hecho de ser coterráneas de fenómenos musicales puntuales, un contrato para grabar. Ahora sucede en toda California, desde que Korn masificó la alianza rap y metal. Linkin Park es beneficiario de esa extraña ecuación geográfica que hacen las compañías disqueras. Un poco de guitarras metálicas, una pizca de hip hop, coqueteos con la electrónica en la misma clave de Slipknot, y una muy discreta dosis de originalidad con la alternancia de dos vocalistas, en el mismo método aplicado por los nacionales Dracma: uno furioso y el otro en tono melódico. Una lástima por Dracma, que no vive en California.
Marcelo Contreras.