Madrid, Logroño, Andorra -la ciudad tipo "zona franca" de Europa-, Tarrasa, Puertollano y Sevilla recibieron al tabaco negro, al whisky sin hielo y acogieron los versos de quien dicen es el "poeta de la calle". Quien otro que Joaquín. O Sabina a secas.
Ello quedó registrado a modo de retrospectiva en el reciente disco doble "Nos sobran los motivos", que incluye la gracia de escuchar a este español en versión acústica, tipo fogata, y en otra decena de temas con instrumental completo.
Proyecto que se agradece. En especial por los fanáticos, aquellos que vaciaron las estanterías con la primera partida de la placa, por sentir la voz gastada y sus variaciones al original tono de estudio.
Se siente. Es cosa de bajar el registro del creador de "¿Quién (coño) me ha robado el mes de abril?" y apreciar al público entusiasmado al paroxismo. Coros que, en nada, le envidian a las voces anónimas del certamen viñamarino, cita que este músico recuerda más por los bares porteños.
Goza y se conmueve. Aun a sabiendas de que su voz pierde claridad en muchos temas, detalle que puede molestar a oídos delicados, a quienes están descubriendo a este adicto a hoteles, al Aleti, a la noche bien de madrugada y sus personajes.
Pero tiene un enorme plus si se trata de resumir su extensa e intensa obra. Un tipo que le canta con igual lucidez a las prostitutas como a la melancolía. Un delgaducho, de sonrisa sin mostrar dentadura, que escribe como si estuviera redactando su testamento o se la jugara en una misiva amorosa.
Ese es Sabina. Que deja cantar a su hinchada -lírica y sonora- para percibir como los corazones se inflan y comienzan a volar por el concierto. Así agradece a la fidelidad, la misma que mantiene John Cusack en su reciente filme ambientado en Chicago.
La placa eléctrica se inicia con "Yo me bajo en Atocha" y un alejado anuncio "viajeros al tren", para que Sabina homenajee pese y gracias a todo y nada a su ciudad. "Aunque muera el verano y tenga prisa el invierno/ la primavera sabe que la espero en Madrid", gime lastimosamente.
Hay rescates al rock con "La del pirata cojo" y "Pacto entre caballeros" (notable vivencia de asalto y juerga), al blues en "Así estoy yo sin ti" donde medita al extrañar a su amada: "Torpe como un suicida sin vocación/ vacío como la isla sin camarón/ febril como la carta de amor de un preso/ así estoy yo, así estoy yo sin tí".
La ranchera se hace presente con "Y nos dieron las diez" -tema insigne para que muchos no lo conocieran-. Mejor diría este cantautor que, siendo muy joven, huyó de España por participar en un atentado con molotov, y cuando regresó fue detenido nada menos que por... su padre.
Tiene historias que contar, cual trovador de cortes monárquicas y pueblos bucólicos. Es el retrato original a la urbanidad de callejones, de noches, de gatos en tejados (metáfora de concupiscencia), de personajes marginales. De taxistas que levantan chicas, ellas que cobran por la compañía, y que asomándose el sol te llevan la billetera y el corazón.
Y su lema queda reflejado al inicio de la placa desenchufada. "Este adiós no maquilla un hasta luego/ este nunca no esconde un ojalá/ estas cenizas no juegan con fuego/ este ciego no mira para atrás/ este notario firma lo que escribo/ esta letra no la protestaré/ ahórrate el acuse de recibo/ estas vísperas son las de después/ a este ruido tan huérfano de padre/ no voy a permitirle que taladre/ un corazón podrido de latir/ este pez ya no muere por tu boca/ este loco se va con otra loca/ estos ojos no lloran más por ti".
Si alguno no engancha por la miserable voz de Joaquín, y alega que le paguen por esas cuerdas vocales ("además de ayudarme (a cantar), pagáis"), le advierto que los temas de ésta y anteriores placas no son para escucharlos. Son para leerlos con los ojos cerrados. Y un vaso de alcohol, por cierto, en la mano.
Marcelo Cabello M.