Cuando el ahora blondo hijo de Verónica llega al máximo de su potencia vocal en Lloviendo estrellas, una de las tantas canciones de este disco que postulan a éxitos radiales inmediatos, queda claro que en las eliminatorias del mundo romántico latino las posiciones están claras. Y Cristián Castro (se sacó la h de su nombre), el niño mimado de mamá, es el puntero.
Con un registro privilegiado, un sentido de la melodía envidiable pero con una vagancia latente que - a pesar de sus mayores recursos- le ha impedido llegar más lejos que sus principales adversarios, Luis Miguel mediante, este mexicano vuelve al ruedo con Azul, un título demasiado literal para una placa llena de riqueza.
Un disco que, de la mano del productor Kike Santander, el mismo responsable de su notable antecesor, Mi vida sin tu amor (1999), se pasea por el pop más puro (Azul), descansa en un sobrio arreglo de vientos (Dos amantes) y homenajea a los trovadores italianos de los 70 con un piano cómplice (Gli amori), entre otros momentos.
Boleros (Llorar por dentro), dolor (Cupido) y esa tensa calma de las baladas (Si pudiera) son las palabras que mejor definen a un hombre que, a pesar de su nuevo look, está más cerca de Manzanero que de Eminem. Por suerte.
Pablo Márquez
