Cuando la voz de Eduardo Gato Alquinta llega a su alto y clásico registro en Todos americanos, es imposible no evocar el tamborileo de Mambo de Machahuay, una de las canciones más emblemáticas de la banda nacional.
No estamos diciendo que este nuevo disco de Los Jaivas suene a pasado. Por el contrario, los años de calma entre una placa y otra se han acumulado positivamente en la estructura de un grupo siempre preocupado de la reinvención. El punto es que Arrebol, más que discos anteriores, como Hijos de la tierra (1995), lleva esta firma famosa más brillante que antes en varios de sus cortes.
Ahí está la guitarra metálica de Milonga carcelaria, un triste recuerdo lleno de ritmo. Y el divertimento de El residente nacional, cantada en el bajo registro de Eduardo Parra y que evoca a París, transnoche y nostalgia.
En aquellos años en que reciclaban a Neruda, hubieran parecido una herejía canciones como Por los niños del mundo (con un insoportable coro infantil) y Alegría de mi amor (el homenaje del padre chocho a la buena de su hija), pero los músicos ya tienen derecho a babear por lo que quieren y, bueno, pasan. Raspando, pero pasan.
Mejor es entrar al bullicio de En el bar-restaurant Lo que nunca se supo, disco del año pasado y del cual se reeditan aquí sus mejores cuecas: Me encontré con el diablo, Pololeo por computer, Amores de antes y Qué suerte tengo.
La diversión, al final, está garantizada.
Pablo Márquez