En su tercer álbum tras el difundido "Weezer" (1994) y el más ambicioso e inadvertido "Pinkerton" (1996), el cuarteto estadounidense vuelve a poner su simple nombre a un disco, a imprimir su simple facha de vecinos en la tapa y a escribir simples canciones pop de garaje hechas con guitarras ruidosas y coros a lo Beach Boys. Es el desopilante sin sentido que probaron al dedicar, en 1994, una canción a Buddy Holly y otra a su suéter. Pero eso, justamente, es lo único que falta en este disco: Weezer ya no delira como antes.
David Ponce
