Basta escuchar la versión acústica de Hombre, una de las canciones con más sangre en la historia de la banda, para que se desenchufen de cualquier prejuicio todos los que aún no lo han hecho. Aquellos que, sordos y sin olfato, todavía siguen arrugando la nariz cada vez que se nombra al maduro y sorprendente combo de Beto Cuevas.
Hace rato - pasando por alto el tropiezo del fallido Vértigo (1998), el álbum que arrastró todos los problemas que en algún momento tuvo al grupo al borde de su disolución- , el trío chileno se consolidó como uno de los más importantes en la escena latinoamericana y este disco producido por MTV no hace más que corroborar ese currículo. Lo mismo que, en 1995, ocurrió con Los Tres cuando, bajo el mismo concepto, se desconectaron en el mismo estudio de Miami desde donde La Ley a partir de hoy comienza a hacer historia.
Imposible, entonces, no emocionarse con el arreglo de El duelo, casi una declaración de principios dentro una banda que sabe muy bien que sin dolor no se puede ser feliz. O de evocar, con una sonrisa, los viejos buenos tiempos al compás de Prisioneros de la piel.
La Ley vive. Aquí y Fuera de mí, los puntales de su sorprendente último disco de estudio, Uno (2000), son los mejores ejemplos para graficar la salud de un grupo al que, eléctrico o en una humorada unplugged como ésta, le espera un camino largo. El mismo que alguna vez fue muy bien profetizado en Día cero, otro corte imprescindible en una placa que debería convertirse en un fenómeno dentro de la escena chilena de este año.
Pablo Márquez F.