Es posible imaginar el crepitar del vinilo en el audio de estos discos, rescatados de copias de auténticos acetatos de la época ante la pérdida irreparable de las cintas madres.
Esa es la envergadura de la reedición de la discografía completa que los Blops publicaron entre 1971 y 1973: un pedazo de la historia del rock chileno, sólo equivalente a las grabaciones tempranas de Los Jaivas y Congreso.
Rock es una forma de decir. Para cuando empezó a grabar, el grupo de Eduardo Gatti ya había desenchufado sus guitarras coléricas de los '60 y los dos primeros long plays son la mejor muestra: recogen el eco de la Nueva Canción Chilena en un sonido que va desde el folk a la música progresiva, pero con un sello acústico como identidad común.
El vuelo desconocido de las canciones del guitarrista Julio Villalobos, los versos poblados de diminutivos y naturaleza del bajista Juan Pablo Orrego y los atisbos más tempranos del bucólico estilo de Gatti, figuran entre estos hallazgos, coronados por el redescubrimiento del clásico "Los momentos" y por la estructura conceptual del segundo disco.
Más loquillo, el LP final se aleja de los dos primeros: eléctrico, rockero y cantado en un extraño dialecto, si hay que cantar "Locomotora", acusa la escucha de una música más ligada al jazz rock y a un funk más febril.
Interrumpida ahí, esta es una historia de tres décadas pero está lejos de ser nostalgia: imposible sentirla por lo que no se ha conocido. Esta es la magia de un descubrimiento.
David Ponce
