Ni la nostalgia ha sido completamente justa con la valoración de la Nueva Canción Chilena, el movimiento que, a fines de los años 60, alió a la composición popular con la conciencia de reivindicaciones sociales y políticas características de esa generación. Su fuerza fue parte de un espíritu universal, que hizo florecer casi en simultáneo al Nuevo Cancionero argentino, la Nueva Trova cubana, el folk estadounidense de protesta y hasta la Tropicalia en Brasil. Inspirado en los versos más atrevidos de Violeta Parra, el grupo de músicos que incluyó a Víctor Jara, Quilapayún, Quelentaro, Isabel y Ángel Parra, forjó, sin embargo, un mensaje de inequívoco carácter local. Los deseos de cambio eran los de sus tiempos, pero la raíz campesina, la melancolía, la curiosidad por investigar en el folklore nacido a los pies de los Andes; eran los de jóvenes chilenos conocedores de su historia y cercanos a su pueblo. Los músicos del Canto Nuevo durante los años 80, o rockeros como Los Prisioneros y Los Tres, tuvieron el camino parcialmente pavimentado cuando quisieron escribir música “con contenido”: la Nueva Canción lo había hecho antes con inusual frescura y profundidad. La amplitud de su lectura social, y la diversidad de su trabajo, explican en parte lo vigente que aún parece.
Con esta caja de siete discos y esta antología triple, el sello Warner salda en parte una deuda que no era sólo afectiva. Los discos de la Nueva Canción desaparecieron tras el Golpe de Estado tratados en calidad de “material subversivo” por los militares en el poder. La sede de DICAP –la disquera responsable de gran parte de su registro- fue allanada y asolada, quedando apenas las copias domésticas de los vinilos como testimonio. Pese a que muchos de estos músicos continuaron con su trabajo en el exilio y, luego, como retornados, es todavía difícil conseguir sus publicaciones originales. Ante la imposibilidad de relanzar todo el material, la caja “Memoria del cantar popular” toma a seis de los más grandes nombres del movimiento (Isabel Parra, Illapu, Quilapayún, Inti-Illimani, Víctor Jara y Ángel Parra), más la “madrina” externa de todos ellos, Violeta Parra. Son nombres demasiado grandes para condensarlos en una selección, pero se ha optado por una suerte de grandes éxitos, con sus canciones más importantes y/o populares reunidas de modo individual en cada disco. En el caso de Ángel Parra, se reedita por primera vez en CD el material de dos discos suyos desaparecidos: “Pisagua” y “Chacabuco”. La caja cumple con su promesa de “Memoria”, aunque el lector atento tomará esta oferta como una introducción al trabajo de músicos que merecen mayor detención y el conocimiento de obras muchas veces conceptuales, que requieren de una audición unívoca.
La publicación triple “Nueva Canción Chilena. Antología definitiva”, en cambio, se abre a la mezcla, alternando músicos unidos más en espíritu que en estilo. Son canciones probadas, todas, que van de Los Blops a Rolando Alarcón, Charo Cofré a Los Macs, Los Jaivas a Congreso. Y no hay un crisol forzado: lo que caracterizó a la Nueva Canción fue la colaboración entre sus protagonistas, a niveles nunca más repetidos en la cultura chilena. Los instrumentistas se paseaban entre estudios, los letristas les regalaban versos a sus amigos, y los solistas hacían voces en discos de grupos. Por eso, lo que se transmite en estas colecciones es lo que queda tras la audición de toda obra poderosa: espíritu de época; extensible a cualquier momento porque parte de una creatividad indiferente a las modas. Fue el locutor radial Ricardo García quien bautizó a esta mezcla de ideales, investigación, experimento y fuerza escénica con el nombre de Nueva Canción Chilena. Pero sería Víctor Jara el que explicaría, de modo póstumo en su “Manifiesto”, el por qué del nombre: “canto que ha sido valiente / siempre será canción nueva”. Y así, fresca y corajuda, es como sigue sonando hoy. (Warner, 2003)
Marisol García C.