Lejos de la estridencia y la sonrisa de maqueta a la que se veía obligada como corista de Pase lo que Pase, María Ela (Mariela Muñoz) pone sobre la mesa todos los recursos que no podía desplegar en el espacio en el que dio sus primeros pasos (públicos) como cantante.
En este, su primer trabajo como solista, la cantante chilena muestra intención y sobre todo talento interpretativo a través de 11 canciones que comprueban que tiene recursos para exigir un espacio en la escena del pop local.
Escoltada en la producción por Alejandro Gómez (guitarrista de Solar) y el británico Barry Sage (ingeniero que ha trabajado con Rolling Stones y New Order), María Ela se la juega por un pop pausado e intimista, con composiciones que invitan a la introspección y el romance más que al baile o el desenfreno.
El disco derrocha un alto nivel de producción, que se manifiesta en los cuidados arreglos, sonido impecable y una presentación de lujo, y a pesar de su vocación popular, es agradable comprobar que la cantante no está dispuesta a "entregarse" al mercado tan fácilmente, ya que no apela a la sexualidad ni a los ritmos estridentes ni a la "vida loca", con la que otras cantantes reclutan fanáticos.
Sin embargo, el disco muestra una debilidad importante: las letras.
Motivada tal vez por llevar adelante un trabajo demasiado personal (y también por mostrar su trabajo como compositora, que según confiesa desarrolla desde los 12 años), María Ela cayó en la tentación de musicalizar sus propias canciones, y eso finalmente, termina pasándole la cuenta. Porque tras escuchar una y otra vez las canciones del disco, queda la sensación de que los textos fueran poemas escolares rescatados del bául de los recuerdos, lo cual no se condicen con el sofisticado nivel de producción del resto de la placa.
Un detalle que la cantante deberá tener en cuenta en sus próximos trabajos.
Felipe Ossandón