Tom Jones es uno de esos tipos que ha sabido mantenerse vigente. Aunque comenzó su carrera a mediados de los 60, sigue hasta ahora sonando en la industria, con mayor o menor influencia. En los 80 hizo un notable cover de Prince junto a Art of Noise, hace poco participó en un cover de Talking Head junto a Nina Persson (The Cardigans), hizo una memorable aparición en Los Simpsons interpretando uno de sus clásicos, y así se las ha arreglado para mantenerse ahí, a la vista, indagando en casi todos los estilos musicales existentes.
Esta vez no es muy distinto. Haciendo uso de su buen olfato y una falta de pudor heróica, el cantante británico se ha decidido a coquetear con el hip hop.
El primer impacto al escuchar su último disco produce una sensación parecida a la que produce Homero Simpson cuando se pone a rapear con la visera de una gorra hacia atrás. Es decir, algo de vergüenza ajena.
Básicamente porque es demasiado obvio que Jones no es un hiphopero por vocación, sino por esa obsesión por ser eternamente joven. Una obsesión que a los sesentaytantos, puede resultar peligrosa.
Como sea, al menos Mr. Jones tuvo el tino de asociarse con Wyclef Jean (Fugees), con lo que se aseguró un respaldo sólido en la producción y el sonido entre hip hop y rythm and blues al que apela en este disco. Además de su voz, claro, que se mantiene como roble y sigue siendo profunda y empática, como en sus mejores tiempos.
Claramente este disco es un sacrilegio para un hip hopero de verdad, pero a fin de cuentas demuestra la versatilidad y la capacidad de adaptación de un veterano del pop, un hombre que ha sabido mantenerse ahí a la vista de la industria con autoridad y talento. No en vano fue premiado en los recientes Brit Awards, por su "invaluable aporte a la música".
Felipe Ossandón