Anton Dvorak (1841-1904), uno de los más notables compositores de la segunda mitad del siglo XIX, es conocido fundamentalmente por su aporte orquestal; el de las tres últimas sinfonías, entre las que la popular "Del Nuevo Mundo" sigue imponiéndose en todos los públicos; en su Concierto para cello, o en las más livianas "Danzas eslavas". Últimamente se ha venido celebrando su ópera "Rusalka", así como grabaciones de sus obras sacras reconocen también en el músico checo un representante del género de alta jerarquía. Pero los aficionados todavía no se han adentrado en su música de cámara, descontado algún interés por su Cuarteto "Americano", lejos el más frecuentado de los 16 que escribió para esta combinación.
Escrito en 1887, ya en su plena madurez, este Quinteto deslumbra por su mantenida inspiración, cuya espontaneidad y frescura no esconden una escritura sabiamente ordenada y terminada. La calidez del inicio del primer movimiento, a cargo del cello, refleja una expresión lírica y apasionada de ese Allegro y permite la brillante participación del piano. La Dumka siguiente alterna los ritmos lentos y los rápidos con la maestría típica de su creador, incluyendo las atractivas modulaciones en el piano. Hay momentos de ensueño en el Trío del Scherzo, y en el Finale vuelve la alegría combinada con momentos más reflexivos.
Los primeros Cuartetos, obras juveniles, aparte de recoger influencias (Schumann) y de no encontrar un estilo propio, son muy largos y algo académicos: les faltó un trabajo de edición. Pero en el décimo, Dvorak ya había solucionado esos inconvenientes con esta obra perfectamente equilibrada en las dimensiones de sus cuatro movimientos, el segundo una brillante Dumka con trazos del folcklore de Bohemia. El Finale es un continuo y alegre desarrollo de ideas de gran calidad. Las presentes versiones se benefician con la jerarquía de sus intérpretes. El Cuarteto Takács es uno de los mejores del momento; aquí brilla por su sonido limpio y claro, su técnica irreprochable y la perfecta aplicación al estilo. El pianista se muestra integrado a los virtuosos de las cuerdas. Grabado en 1998. Un disco Decca.
VÍCTOR MANUEL MUÑOZ