Rubén Blades es un viejo conocido de la música latinoamericana "made in New York". Todo el mundo sabe que el salsero estudió en Harvard, que ha hecho de latino - con o sin bigote- en cientos de papeles secundarios de películas malas y que fue candidato frustrado a la presidencia de la República de Panamá.
Blades tiene un puñado de discos hechos en pleno auge de la salsa en el mundo y algunos cuantos más, algo más tardíos, que son verdaderas obras maestras de este arte; sin embargo, desde un tiempo a esta parte se ha convertido en una especie de apóstol de eso que llaman la música del mundo o la world music. Blades, como Paul Simon, Peter Gabriel, Sting, David Byrne y otros hombres de buenas intenciones y grandes bolsillos se han caracterizado por hacer incursiones exóticas, pretendiendo que se trata de algo muy natural en músicos cosmopolitas que no admiten fronteras para su música. En el caso de Rubén Blades lo suyo es el gran turismo desde la plataforma de la salsa. Añadiéndole a una orquesta tropical, en este caso el ensamble Editus, instrumentos tan ajenos como pueden ser gaitas, acordeones, didgeridoos y otras rarezas del resto del mundo.
Blades es un tipo simpático y con cerebro. La música que hace es agradable. No se puede negar la riqueza de la diversidad que entrega Blades y su ensamble y tampoco sus habilidades como comunicador. Ensaya un cantecito y nos presenta sones con música irlandesa y viceversa. Más encima se puede sentir por él cierto cariño retrospectivo por algunos de sus trabajos del pasado - ¿Cómo olvidar "Buscando America"?- e incluso por esos papeles malos del cine. Pero "Mundo" es difícil de tragar completo: tantas buenas intenciones globales, tanta poesía de las pequeñas cosas, tanto homenaje al barrio de la infancia, sumadas a una orquestación excesivamente barroca hacen que el disco sea demasiado empalagoso.
M.S.Q.