En esencia, La Ley sigue siendo la misma. Las doce canciones de su quinto álbum muestran al grupo chileno ya experto en hacer pop y caracterizado por un buen cantante algo dado a los excesos vocales (Beto Cuevas), un batero efectista (Mauricio Clavería) y un correctísimo bajista (Luciano Rojas).
Como novedades, sorprenden el protagonismo y la versatilidad de los que hace gala el guitarrista Pedro Frugone en su segundo disco junto a la banda.
Y lo que despertaba más reticencias para este álbum era el sospechosamente oportuno redescubrimiento de la electrónica que demuestran en su primer single, "Fotofobia".
Sin embargo, la placa en su totalidad demuestra que sólo se trata de una discutible forma de parecer modernos, y no llega a afectar la intención musical del ahora cuarteto. Es cierto que el uso de máquinas se transforma en una constante en todo el disco y que puede ser un instrumento vital a la hora de fusionar el rock con el acid house, como en "Opacidad". Pero en general se opta por la utilización de secuencias y loops a la manera de detalles ornamentales. Lo mismo ocurre con la lectura que dan a la música industrial en temas como "Ciertos civiles", donde sólo llegan a barnizar de dureza un buen tema pop.
Porque esa es la vocación de La Ley. Y lo confirman en canciones como "Santa ciudad", "Sed", la balada "X ti" y especialmente el segundo single, "Vi", que rescata la veta más contagiosa del grupo y perfectamente pudo haber formado parte del disco "Doble opuesto" en 1992.
Raúl Márquez M.