Como mucho rock contemporáneo, el nuevo álbum de Marilyn Manson tiene un sabor pegajoso y comercial, guitarras y alta tecnología. Como muy pocos, cataliza la desazón existencial de banda y seguidores en un discurso agudo y preciso, que ha convertido a su disfrazado vocalista en un personaje ineludible de la cultura popular de los '90.
El disco tiene una clara dirección masiva. El mentor del grupo, Trent Reznor, fue reemplazado en la coproducción por Michael Beinhorm, el hombre que resucitó a Aerosmith en "Big Ones".
Beinhorm subrayó los ganchos radiales (grandes coros, simpatía melódica) de un álbum que se bifurca en ritmos rápidos y afiebrados como "New Model" y "The Last Day on Earth", y las zonas frías y claustrofóbicas de "Fundamentally Loathsome" o "Speed Of Pain". Todos sonidos y temperamentos ya exhibidos por la banda.
Es en las letras donde Manson gira levemente, privilegiando las consecuencias íntimas de la supuesta opresión ejercida por la cultura oficial, olvidando el pseudo satanismo que lo hizo famoso. Las influencias góticas, glam y metaleras son notorias en el disco, que podría resumirse como la afortunada colisión entre un fanático de Pink Floyd, el Bowie de Ziggy Stardust y la formación original de Black Sabbath, todos reunidos para entonar un desgarrador canto a ritmo pop.
Paula Molina