No es lo mismo un clásico que un recuerdo, y un viejo lobo del pop como Phil Collins debe haberlo aprendido en sus 17 años como solista. Pero o no lo recuerda o ha elegido cínicamente dejar la distinción a un lado, camuflando como antología un disco que sólo evidencia su agotamiento creativo. Las malas críticas de su último álbum el aburrido Dance into the light (1996) no lo motivaron a retomar una senda alguna vez seguida por las masas con ansiedad: El hombre de Another day in paradise Easy lover o Separate lives ha elegido recalentar esos y otros hits de hace diez años (o más) como compendio de un sonido que ni la nueva lectura para True colors de Cyndi Lauper salva de lo rancio. Los recuerdos de Collins carecen de la condición del clásico: no envejecen con dignidad.
Marisol García