Al menos dos ideas relativas a El Greco deben haber motivado este disco. Una, no confesada, es la del destierro voluntario. Gracias a él, el pintor nacido en la isla de Creta se convirtió en símbolo de la escuela española, así como Vangelis, hijo de la griega Valos, fue ordenado Caballero de las Artes y Letras en Francia, donde llegó con Demis Roussos a fines de los '60. Otro concepto, que detemina el sonido del disco, es la religiosidad hispana que tan bien expresó el autor de "El caballero de la mano en el pecho"(aquí en la carátula). El disco busca traducir la austeridad y el fervor católico de El Greco, y hasta emular los arrebatos místicos de sus telas en los estentóreos coros de Montserrat Caballé. Resulta levemente siniestro, por la languidez de sus tiempos y el uso de órgano y clavecín, pero no falla del todo en recrear un ambiente de espiritualidad. Extraño.
Paula Molina
