Una niña de catorce años, convertida más en producto de encanto visual que en mejor cantante, es Charlotte Church en este disco. Acaso también algo de eso hubo en las dos primeras placas de la incipiente soprano galesa.
La diferencia es que entonces su voz tenía efectivamente un carisma, combinación grata de color celta y limpidez pueril. Pero ahora su timbre se ha endurecido, aunque es demasiado pronto para elaborar vaticinios pesimistas.
La muchacha presenta en este álbum un previsible repertorio de canciones navideñas, con abundantes agudos, coros dulces y el debido cierre con Noche de Paz en versión inglesa. Era que no.
P. G.