A punto de terminar el siglo, es un hecho que no ha surgido una conciencia operística moderna, con amplio conocimiento de los movimientos escénicos considerados de vanguardia y de las propuestas musicales contemporáneas. Lo único que verdaderamente se ha sentido como un compromiso más extenso, que sobrepasa los marcos del público iniciado y que alcanza a la masa, es el fenómeno de la ópera en calles y estadios, al que han contribuido "los tres tenores", las "tres sopranos" (de menor suerte, hay que decirlo) y Andrea Bocelli, que aquí presenta su "Viaggio italiano".
No se pueden descontar las características de fenómeno de este hecho, sin embargo, la ópera no puede observarse sólo desde ese prisma. En el canto lírico, entre muchas otras cosas, vive la profundidad interpretativa, la gestión del cantante en términos de intensidad vocal, el brillo natural de la voz, la identificación de estilos.
Andrea Bocelli tiene una hermosa voz de tenor lírico, suave y de un color personal, y como intérprete, su trabajo siempre está vinculado con la nostalgia, algo a lo que ayuda bastante el velo que cubre su voz en el registro central. Lamentablemente, su emisión es dispareja, la línea de canto se interrumpe con frecuencia y los agudos no dicen relación con el resto del registro. Además, todo lo hace igual, sin variaciones de tono ni de estilo.
Lo mejor de este viaje italiano es su "Lamento de Federico" (Cilea), que interesa no tanto por la apuesta vocal, casi siempre errática, sino porque el tono anímico impreso es el más adecuado. Bocelli suena conmovedor en ese corte, y también en "Core n'grato" (Cardillo/Cordiferro), donde su material vocal parece distendido y más cómodo, y donde su llanto de despecho adquiere cuerpo rotundo.
"Nessun dorma", de "Turandot", pone en aprietos a los más grandes y Bocelli no pertenece a ese grupo, y lo mismo sucede con "La donna e mobile" ("Rigoletto", Verdi) y "Una furtiva lagrima" ("L'elisir d'amore", Donizetti), con los afectos bien desplegados, pero sin cuidado estilístico. Otras dos bandas proponen "Panis Angelicus" (Franck) y "Ave Maria", esta última, por supuesto, en la versión con letra latina, que nada tiene que ver con el Lied de Schubert. No faltan los caballitos de batalla - "O sole mio" y "Santa Lucia luntana", entre ellos- y el evocador "Adeste fideles", que cuando suena fuera de contexto, como en este caso, resulta perfectamente prescindible.
Juan Antonio Muñoz H.