Fueron Beethoven y Schumann, a través de sus obras para piano, quienes abrieron el espíritu musical de Maurice Ravel, que posteriormente se acercó más a la sensibilidad chopiniana y al virtuosismo de Liszt. Pero el Concierto para piano y orquesta en Sol Mayor, que abre este CD, lo muestra vecino a Mozart e, incluso, al formalismo de Saint-Saëns.
Pierre Boulez, al frente de la Cleveland Orchestra, no puede estar aquí en mejor elemento; pocos períodos le convienen tanto como los primeros años del siglo XX francés. En el piano, Krystian Zimerman, quien pone de manifiesto, otra vez, su destreza técnica apabullante. El juguetón inicio de este concierto ya es una prueba de ello, y también lo es el famoso y atemorizante trino del Adagio. Cadencias de por medio y pianísimos que emergen como sustento expresivo entre tantos mecanismos de relojería son signos tanto del propósito de Ravel como compositor como de la altura de ambos intérpretes.
Paul Wittgenstein debió ser un gran pianista. Prokofiev, Britten, Richard Strauss y el propio Ravel recibieron encargos de su parte, tras perder el intérprete un brazo durante la guerra. El derrumbe enfermo del "Bolero" y la oscuridad de "La valse" se adivinan en el Concierto para la mano izquierda en Re Mayor. Zimerman y Boulez (aquí con la London Symphony Orchestra) resuelven de manera admirable las progresiones rítmicas y el martilleo obsesivo, al tiempo que la melodía no se pierde en las frecuentes apoteosis rítmicas.
El registro también incluye los "Valses nobles y sentimentales" en su versión orquestada (para el ballet "Adélaide", 1912), que remiten tanto a la nostalgia como a la ironía y a un lirismo ensoñado. Modernidad y pasado viven aquí, alternadamente, de manera cómoda e incómoda, mientras el director debe arreglárselas - y Boulez lo hace, otra vez junto a la Cleveland- para parecer coherente en la exposición. El Epílogo (VIII, Lento) de Zimerman resulta particularmente sugestivo.
Juan Antonio Muñoz H.
